domingo, 17 de febrero de 2019

Un libro-jardín: Se llama Epífora, de Tony Zalazar


UN LIBRO-JARDIN


Presentación del libro «Se llama Epífora» de Tony Zalazar
7 de setiembre de 2018, Biblioteca Mariño, Corrientes

  
Buenas noches,

Antes que nada quiero agradecerle a Tony por recibirme en la ciudad de Corrientes. Ciudad que en mi cartografía imaginaria describo como «La habitación con patas de elefantes» en alusión, claro está, al Puente General Manuel Belgrano. Además, mi agradecimiento a la Biblioteca Mariño por brindarnos sus instalaciones para esta presentación y aprovecho la oportunidad para darles la bienvenida a quienes nos acompañan esta noche.

Para comenzar quisiera citar algunas palabras de Octavio Paz, quien en su ensayo El arco y la lira, sostiene: «El tiempo no está fuera de nosotros, ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del reloj: nosotros somos el tiempo y no son los años sino nosotros los que pasamos» (2010:57). Con estas palabras, el escritor mexicano pone en diálogo dos dimensiones espaciales (dentro-fuera) revelando cómo el tiempo define nuestra condición humana. Los seres humanos estamos atravesados y construidos por el tiempo, es decir, nos habita a la vez que habitamos en él.  

Si hay una constante en el libro Se llama Epífora de Tony Zalazar, es la presencia del tiempo y su fuerte vínculo con el cuerpo. Premiado en el Concurso Literario Anual 2017 de la provincia de Corrientes, el poemario articula un viaje al pasado que se inicia con «Viaje a las estrellas». Comparto algunos versos:

Hubo noches en que mamá desplegaba
como hélice
su repasador astroso
y los mosquitos espantados
despejaban el cielo a nuestros ojos.
Veíamos juntos ese estar inútil de las estrellas
ese estar tan bellamente para nada
para el ocio para la poesía
para que mamá me haga viajar
al brillo distante de los ancestros.

En el poema, madre e hijo fundan al poeta. El niño que mira «ese estar inútil de las estrellas» almacena esas imágenes para que el poeta luego pueda evocarlas en sus composiciones y reconstruir con ellas el tiempo vivido. 

Debajo de un cielo brillante, mientras aleja los mosquitos con el repasador, la madre viaja con el niño por el cielo del deseo en busca de estrellas fugaces: «Había que avistar la estrella fugaz/ y lanzar al instante/ las redes del deseo/ sólo así el encanto era posible». La imagen resulta preciosa y constituye un gran aprendizaje: por su madre, el niño sabe que el «encanto» no es eterno, que su fuerza radica en la instantaneidad, como ocurre en la poesía.     

A medida que transitamos, o más bien, a medida que los poemas nos transcurren, descubrimos que las imágenes se abren al lector con la suavidad de las flores. Pétalo tras pétalo, palabra tras palabra, este libro-jardín le brinda hospedaje al cuerpo del tiempo. En el devenir de la lectura, la madre se transforma en el hilo que enhebra todos los poemas. Sus palabras, sus gestos, su presencia configuran un relato que sostiene la memoria:

Ver borroso también aclara
un poco las cosas,
ojos adentro siempre laten
otras galaxias

– Mamita está goteando. 
  
– Vamos adentro, sí
que se viene el diluvio.

Del ojo izquierdo de mamá
brotó el colirio lírico
del corazón. 

La madre llueve y llora como el cielo. Frente al llanto, surgen algunas interrogantes ¿Cuánto tiempo tarda una lágrima en deslizarse por la mejilla hasta llegar a la comisura de la boca? ¿Cuánto tiempo demanda la configuración o edificación de una lágrima? ¿Cuáles son los elementos que se requieren para su armado? ¿Las lágrimas tienen planos internos? ¿Estructuras flexibles que se amoldan a la intensidad del llanto? ¿Es posible llorar sin un motivo específico?

En el poema «Reencuentro», la voz lírica expresa: «Durante todo el almuerzo/ una gota tras otra gota/ y muchas otras gotas/ brotaron de su ojo izquierdo». En medicina, el término «epífora» remite al lagrimeo constante debido a una obstrucción de los canales lagrimales; en el campo de la retórica se refiere a una de las figuras literarias basadas en la repetición. No obstante, en ambos casos, se trata de la reproducción constante de un mismo sonido: caen lágrimas o caen palabras.

Escribimos poesía motivados por una fuerza interna que nace y se impone. Escribimos cuando nos falta el aire o como paliativo para la sed. Escribimos para saber y conocer, pero escribimos principalmente porque la escritura nos permite (re)encontrarnos con el Otro.

Raúl Dorra señala que en la poesía está el deseo de decir para que ese decir sea un acto de reunión con el Otro. El Otro al que se refiere Dorra está en el pasado y decir el pasado es hacerlo presente y volverlo poesía. Desde esta perspectiva, la voz poética se reúne con su madre y para que podamos oírla, borda sus palabras con una tipografía diferente:

Al borde del jardín
en un raquítico cuaderno
trasplantaba los nombres
que dictaba mamá.

 – Crisantemos, alegría del hogar
acre, taco de reina, croto, dólar
botón de oro, trompeta amarilla
sombrilla china, lirio… y mucho más.

Recuerdo que cuando yo era chico, uno de mis juegos favoritos consistía en armar imágenes siguiendo el orden de los números. Pero no me gustaba completarlas de un solo tirón, pues prefería detener el trazo del lápiz para definir la figura usando la imaginación. Entonces pienso en estos versos de Tony:

Todo puede tener sentido
si desde un índice sensible
se intenta unir
los puntos luminosos de la noche

Y me pregunto, ¿qué son estos poemas sino imágenes construidas a partir de la unión de estrellas y de lágrimas? Tony Zalazar escribe poemas para recordarnos que con palabras, estrellas y lágrimas es posible volar por este enorme cielo que es la infancia. Muchas gracias.

© Estefanía Ceballos. Se llama Epífora (Corrientes, 2018)



2 comentarios:

  1. Felicitaciones profesor, ya lei su libro y esta muy bueno, éxitos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El libro es muy bueno! Que lindo que hayas leído a Tony! Gracias por la visita al blog :-)

      Eliminar