lunes, 28 de mayo de 2018

La hija del inventor por Andrea Bocco


Presentación del libro La hija del inventor de Juan Páez
(Apóstrofe Ediciones, San Salvador de Jujuy, 2017)

Andrea Bocco
(24 de mayo, Museo Evita – Palacio Ferreyra, Córdoba)


Agradezco la confianza de Juampi por dejar en mis manos, en mi cordobesa voz, la presentación de este libro, La hija del inventor que recopila 14 conversaciones con escritoras y escritores argentinos.

Cuando tuve el ejemplar en mis manos, me pregunté qué puede aportar un libro de entrevistas como este. Una primera respuesta la podemos encontrar en la apertura y en primera persona; allí Juan construye una metáfora a partir de una escena de una película: “la literatura –nos dice- es como la hija del inventor, hija de escritoras y escritores a cuyas espaldas se murmura”. Entonces, dejar hablar a las escritoras y escritores para que el murmullo se haga voz y cuerpo, para que la literatura exponga su progenie y para que el chisme se desnude en escena.

Cómo pensar la literatura sin sus escrituras, pareciera decirnos este libro.

En este ir hilvanando las experiencias de cada autor/autora surgen, desde mi perspectiva, muchos más sentidos de La hija del inventor que me gustaría compartir con ustedes.

Por una parte, entonces, tal vez el más evidente por estar declarado por el propio entrevistador y porque se hace explícito también en preguntas concretas que realiza, está el hecho de que este libro comparte experiencias personales de lo que significa escribir literatura, de lo que ese oficio implica para cada una de las personas en las 14 entrevistas. A modo de consejo, negándose a darlos, desde reminiscencias absolutamente personales que vuelven la experiencia intransferible, desde un relato autobiográfico que busca compartir con el otro, cada uno de los reportajes ofrece claves distintas para quien quiera escribir. No puedo dejar de pensar, en este punto, en mis alumnos-alumnas de Letras que se acercan a la carrera con sus deseos, proyectos, esperanzas, expectativas de poder/querer ser escritoras. Este libro sería un buen acompañante para ellos, aunque si me ponen a elegir seleccionaría para ellos la entrevista a María Negroni por cómo cruza distintas experiencias con su escritura y por el relato de su participación en la dirección de la Maestría en escritura creativa de la UNTREF. Allí ella dice, comparando los estudiantes yanquis que creen que se van a recibir de escritores, con los argentinos: “Aquí, si alguien tiene esa idea, inmediatamente se le aclara que uno no se va a recibir de escritor. Con suerte, lo que buscamos es acompañarlos durante dos años en el proceso de crecimiento. Después la vida. A chocarse con lo que la vida te va tirando en el camino, en ese momento, hay que ver qué hacer y de ahí sale la escritura” Hermosa forma de desacralizar y llenar de vitalidad. Por supuesto, entonces, que este libro es un aliciente para cualquiera que esté en este camino del aprender, del experimentar, del iniciarse, del avanzar en la construcción de una voz propia en la literatura. La generosidad y sencillez de cada escritora y escritor que está presente aquí, lo permite.

Pero hay otros elementos más para valorar los aportes de esta compilación. Por una parte, invierte las proporcionalidades de género. El cupo femenino no existe, por suerte, porque de 14 entrevistas, 10 son hechas a mujeres escritoras. ¿Qué significa eso? Nos dice mucho y bueno del entrevistador: el arte ha estado y está dominado por los hombres creadores (incluso en la crítica literaria y académica), y esto se diluye acá. En el caso de la literatura, es interesante ver cómo siempre hubo una “división del trabajo”: los hombres escriben, las mujeres leen. Incluso, la misma literatura fue construida desde una perspectiva feminizada tradicional: arte de ocio canónico que solo quienes no producen pueden consumir. Sin embargo (y justamente por ello), los hombres son los productores/autores/escritores/editores… Las mujeres han sido invisibilizadas en nuestro campo (como en tantos otros o en todos los otros). La hija del inventor se corre de esta tradición (incluso por el femenino que se elige en el título), la rompe para exponer una y otra vez la importancia, la relevancia de nuestras escritoras. No solo por la cantidad y calidad de quienes entrevista, sino porque es tema de conversación sostenido con cada una: a quiénes leen; cómo ha sido compartir la experiencia de escribir con otras mujeres; cómo fue el proceso de traducir a otras mujeres; qué significa escribir siendo mujer; cómo ingresan las voces femeninas y lo femenino en sus literaturas. Desde una perspectiva extrema, diría yo, se podría pensar que esto es seguir sobre la heteronormatividad. Pero a mí me parece que simplemente significa dar voz a quienes no la tienen o a quienes se ha pretendido silenciar, ocultar, desmerecer, minimizar. Gorodischer lo plantea a su modo cuando Juan le pregunta por el cambio de estar centrada en personajes masculinos y de golpe hacer ingresar a las mujeres:

“Creía que las vidas de los varones eran más interesantes que las de las mujeres, hasta que siguiendo lo que veía a mi alrededor, empecé a leer libros sobre feminismo, Simone de Beauvoir y Victoria Sau en primer lugar, y abrí los ojos: pero caramba, si las vidas de las mujeres están llenas de acontecimientos, problemas, actitudes que responden a lo que la sociedad les ofrece, que es repugnante (no la sociedad sino lo que nos ofrece). En los personajes varones el héroe y el villano tienen la misma estructura. En los personajes mujeres, los matices son infinitos (leer por favor a Margaret Atwood acerca de los personajes femeninos en la narrativa). Además tenía a mi alcance una familia de mujeres fuertes, madre, abuelas (aquí un recuerdo maravillado a mi abuela Pilar, una campesina analfabeta que vino de los montes de Aragón con su valijita y su pañuelo negro en la cabeza y una voluntad de titanio que resistió a todo), tías carnales, tías segundas, primas, todas minas invencibles con las que pocas veces estaba yo de acuerdo pero que eran admirables en su manera de enfrentar la vida. Y me puse a escribir sobre mujeres.”

Y desde una conciencia clara, casi como una programática diría yo, María Teresa Andruetto se planta y responde a la pregunta de Juan sobre el significado de su intervención en la colección “Narradoras Argentinas”:

“Es el trabajo y el placer de una lectora. Es también el intento y el deseo de inscribirme en una genealogía de escritoras. Hay tanto detrás de cada una de nosotras. Eugenio Montale dice Hacen falta muchos hombres para hacer a un hombre. Una podría decir esto mismo de la escritura y de las mujeres. Estamos hechas también de lo que hicieron las que vivieron (y/o escribieron) antes. Veo una correspondencia, vasos comunicantes, entre escribir Lengua Madre y co dirigir esa colección, creo que hay algo que une esos dos gestos.”

Pero este incluir a las mujeres nos permite también reflexionar sobre lo que llamamos “literatura argentina”, constructo que se ha configurado como una totalidad homogénea falogocéntrica. ¿Qué es la literatura argentina sin el corpus de lo producido por mujeres? Algo incompleto, parcial, sesgado, chicato. En este punto, La hija del inventor deconstruye la idea estatuida de literatura argentina y lo hace doblemente: en lo que ya he referido, al incorporar en pie de igualdad a las mujeres y sus literaturas; y en producir una pluralidad de voces que hace estallar la idea canonizada de literatura nacional sobreimpuesta a una sola región: la portuaria, la rioplatense, la de Buenos Aires. Con naturalidad, sin imposturas ni regionalismos escencializadores, sin alardes de federalismo, este libro de entrevistas mapea nuestra literatura y nos presenta escritoras y escritores diversos que producen en distintos lugares de nuestro territorio para decirnos que hay muchas literaturas en Argentina.
Para mí, que me dedico a la historia de la literatura argentina este es un aporte central que necesita ser exhibido y puesto en valor.

Por supuesto que cada entrevista aporta cosas particulares valiosas, de las que podría mencionar caprichosamente (seguro otros lectores harán otros resaltados): las reflexiones sobre la lectura de Angélica Gorodischer; la ausencia de la poesía en el aula y la necesidad de su ingreso que plantea Alberto Tasso (acá un excurso: la última vez que vi a Liliana Bodoc en el Congreso de literatura argentina en Formosa ella habló también de esto, mi recuerdo y homenaje a ella); el subsistema de la literatura formoseña en diálogo con la literatura nacional en Orlando Van Bredam; las lenguas sus contactos, hibridaciones e intraducibilidades en Canela; las relaciones entre leer y escribir y las propias genealogías femeninas en la Tere; el sentido de la palabra en Elena Bossi; sobre las vinculaciones entre escrituras académicas y literarias en Dorra; la crítica literaria sobre mujeres en Irene Chikiar Bauer, y podría seguir. Cada entrevista, si bien transita sobre ejes transversales (los propios caminos como escritora/escritor; las decisiones sobre el género que se aborda; palabras a quien quiera iniciarse en la escritura) aporta cosas particulares, diferenciales, y que abren un mundo.

Todo esto es posible porque quien entrevista lo genera y anima. No hay pose, ni impostura, ni sobreexposición por parte de Juan Páez. El escritor, la escritora entrevistada es protagonista siempre. Me gustó ir leyendo y encontrarme con fragmentos de las obras de cada autora y autor que Juan usa como disparador para la conversación pero que también convida al lector. Eso incita a seguir leyendo, a salir a buscar ese texto para leerlo completo, a conocer a ese autor, autora tal vez no leída aun.

Las preguntas que Juan hace son para tirar de la lengua, para que el murmullo aparezca.

Un acierto absoluto para mí es que el libro cierre con la conversación con Silvia Barei. No sólo por la calidad poética de su prosa (ella elige escribir una suerte de carta-ensayo en lugar de limitarse a responder una a una las preguntas) y su agudeza reflexiva, a la que ya nos tiene acostumbrados. Sino porque termina de hacer evidente lo que venimos palpitando desde el principio: que el entrevistador se despoja, se ubica como lector de cada una de las escritoras, de cada uno de los escritores, que cede la palabra, la democratiza. Apuntala el protagonismo del otro, su escritura, su obra, sus pareceres.

Nada de esto sería posible sin la sensibilidad (también de escritor) y lucidez generosa de Juan que atraviesa todo el compendio y que habilita que cada entrevista sea un encuentro vital, productivo, de aprendizaje, de disfrute.

Fotografía: Alejandro Zamora





domingo, 6 de mayo de 2018

La hija del inventor por Loreley El Jaber.


Presentación La hija del inventor de Juan Páez. 
(Apóstrofe Ediciones, San Salvador de Jujuy, 2017)


Loreley El Jaber
(27 de abril, Casa de Jujuy, Bs. As.)


Uno entra en libros como La hija del inventor de Juan Paéz como si entrara en una especie de ficción, aquí se develan mundos de otros de la mano de un guía que va abriendo puertas. Y nosotros lectores nos dejamos llevar, entramos en todas esas puertas porque hay una “curiosidad impertinente”, para utilizar las palabras de Guillermo Saavedra, que nos define y convoca, porque queremos saber, y porque hay algo que se hace imagen y nos acerca a esos escritores; así, aquí al lado, en primera persona: la vemos a María Negroni viviendo en Nueva York, imaginando los dedos gordos de Balzac manipulando sus criaturas; a Silvia Barei en medio de ese desierto mexicano, sola, viviendo una ausencia que debía atravesar; a Irene Chikiar Bauer sosteniendo en sus manos un manuscrito de mil páginas, respondiendo a las entrevistas sobre Virginia Wolf en España; a Raúl Dorra en pleno diálogo con su maestro Noé Jitrik en el calor de Puebla; a Gigliola Zecchin en una casa marcada por el silencio, demorándose en palabras que sólo puede decir en italiano o en español, hablando de la claridad en la voz ella que, como diría Molloy, nada “entre lenguas”; a Mori Ponsowi escribiendo en Lima, en Caracas, en Buenos Aires, buscando implacable la mañana como el lugar para rodar la mano; a Tununa Mercado recorriendo con sus dedos y sus ojos “El tesoro de la juventud” de la biblioteca de sus padres; a María Teresa Andruetto conversando tres días completos con Circe Maia en Tacuarembó. Las imágenes siguen. Ustedes, lectores futuros de La hija del inventor, se detendrán seguramente en otras. Ese es el arte de las entrevistas: ofrecer un mosaico de escenas, imágenes, historias; y a él se entrega con soltura Juan Páez en este texto. Pero esa intimidad que uno llega a palpar, en la que se inmiscuye con cierto desparpajo como en un juego (por un rato somos amigos de Canela y de Bellesi, y de mucha gente que escribe muy bien, lo que es un sueño cumplido, hay que decirlo); bueno, esa sensación casi casi real es favorecida también por la decisión del propio Juan de sostener en la escritura una cercanía, casi una amistad, que se trasluce en las entrevistas. “Buena pregunta, Juan”, le dice Alberto Tasso; “No sé, querido Juancito, siempre se encuentra a un gran maestro que no habías leído lo suficiente”, confiesa Diana Bellesi; “Juan querido me enviás las preguntas justo el día que parto de viaje”, le reclama Silvia Barei. Mientras se lee La hija del inventor se arma una cofradía, una especie de comunidad en la que lo que une es la literatura y eso siempre se agradece.

Pero hay que decir que, si bien este es un libro de entrevistas, tiene –como todos- ciertas obsesiones, o ciertas constantes, para ser más precisa, que orientan más claramente lo que podría llamarse el espíritu del libro. Páez piensa en los escritores futuros, los “aprendices” y, como un hermano mayor, pide consejos para sus otros hermanos, una guía, por más pequeña que sea, que apacigüe la angustia o calme el miedo o direccione el camino. Las respuestas en este sentido son variadas, está quien declara no tener consejos para dar hasta quien sugiere con acierto escapar a la trampa de enamorarse de lo propio, pero en líneas generales todos coinciden en un condimento especial -un bien escaso, hay que admitir- para esto de escribir, narrar y armar mundos: la paciencia.

El consejo de Angélica Gorodischer – casi una máxima- es clave: “Leer, leer, leer hasta que a una se le sequen las pestañas. Leer, leer, leer. Si no se lee, no se escribe”. Esa entrevista no sólo abre el libro sino que marca su rumbo. Las respuestas de Gorodischer serán también futuras preguntas ligadas tanto al trabajo de la escritura como al lugar de la lectura. Y digo que marca el rumbo porque Juan elige un título para este libro que responde a ese imperativo de lectura. La hija del inventor remite a un personaje de un film, Bella, que “atraviesa el pueblo con un libro en la mano”. Más allá de la conjunción entre esteticismo y literatura que regala la imagen, el libro se porta, es el legado familiar del que hablan Gorodischer, Mercado y Barei, son los libros leídos en la universidad de los que hablan Dorra, Baca, Van Bredam, Chikiar Bauer, son los libros en cruce con el arte en los que se detiene Negroni; se habla de bibliotecas dispersas, de libros diseminados, de lectura –en fin- atravesando con marca indeleble lo escrito.

Me quedo con imágenes maravillosas de este libro en las que me vi reflejada, me detengo en ciertas reflexiones, me quedo pensando en “el poema mudo” al que refiere Diana, en la cercanía imposible del poema traducido de la que habla Mori, en la tarea del escritor como la tarea del disenso que sostiene María, entre muchas otras.

Comparto, como lo hace Juan Páez a lo largo de todo el libro, en un gesto de mancomunidad literaria, un fragmento, una respuesta, que subrayé especialmente:

¿Qué factores pueden ayudar y cuáles entorpecer el trabajo de la escritura? Le pregunta Juan a Elena Bossi y ella responde así: “La vida cotidiana, con su traqueteo, me aleja muchas veces de la escritura; pero cuando me siento a escribir en condiciones ideales, ¿sobre qué escribiría si no me involucrara de lleno con la vida? Entonces es como si uno escalara una montaña o cruzara el mar para ver algo que desea y resulta que ese algo es valioso porque se escaló la montaña o se atravesó el mar”

Fotografía: Luciana Pedicone Lewin.