jueves, 14 de septiembre de 2017

Cuando callamos sin hacer silencio.

Reseña al libro “Cuando vengas, te cuento” de Juan Páez.  

Alvaro F. Zambrano
(FHyCS - Universidad Nacional de Jujuy)

          Hay la alegría, la pena, la incertidumbre. Hay el abrigo y el desamparo. Hay también la claridad y la penumbra a la que el ojo (y el alma) se acomoda, lento. Hay el mundo y sus muertes. Hay la muerte y sus ilusiones.
Cuando la vida nos orilla hacia alguno de esos lugares el cuerpo se agita, se conmociona. Acaso porque no sabe muy bien cómo expresar, cómo lidiar con eso que sobreviene y lo atraviesa. Y entonces se hace pequeño, se repliega sobre sí, se busca. O quizá lo contrario, se extiende y en esa vastedad hay algo que no alcanza, que se ahoga, que se pierde.
El libro de Juan Páez, Cuando vengas, te cuento (editorial Los Pájaros. 2015), traza un recorrido en el que esta búsqueda y este desamparo se alinean, se entrecruzan, se confunden.
Allí, todo está dispuesto: el recuerdo y sus modos, el paisaje y sus postales, la voz y sus esfuerzos… el amor y sus certezas. Y sin embargo el amor.
Recorremos una a una sus poesías, sus relatos, las escenas y, desde luego, advertimos en todos ellos un vacío, una ausencia. Un núcleo que late incesante y desplazado; una palabra y otra y otra que no alcanza, que no llega: una promesa del después hasta la intemperie.
¿Cómo decir la ausencia?, ¿cómo acomodar el alma y los sentidos a eso que, adivinándose en todos nuestros rincones, no se deja ver?, ¿cómo decir la espera? “durante el día espero/una voz que por las noches/ es un cuerpo que no regresa (…)” declara el poeta; como señalando a su propio cuerpo en alerta; anhelo doloroso y sereno de lo por venir, de aquél que no llega.
La ausencia se impone abarcándolo todo: una boca abierta y muda donde el mundo se precipita; y al mismo tiempo, sutil y mezquina, exige una intimidad profundamente humana: “no es el cuerpo/ la cárcel/ sino una voz/que tiene mil sombras (…)” o más adelante, “aquí no entienden que vos eras mi niño/el amor de mi vida// muchos miran pero nadie se acerca/ a este otro niño deshecho en lágrimas (…)”
Alas del amor que se pagan con el desvelo de la orfandad.
De esta manera, la voz del poeta nos propone hilvanar el hilo de la memoria. Recorta pedacitos de geografías, momentos, diálogos, amigos, llamados a comparecer; instantáneas que atraviesan el ojo de la aguja con que habrá de bordar las heridas, ésas por donde el cuerpo y el alma se desbordan.  
          Hilo de la memoria entramado con el hilo de la voz, el poeta compone la palabra. Le insufla aliento y nos la comparte. Pan de la ausencia en que todos comulgamos.
          Pero palabra trunca, palabra pobre pues no alcanza a decirlo todo. Un empeño arrojado a la distancia donde las fuerzas y el lenguaje no llegan. Poesía y arte obrando el prodigio de lo que no puede ser dicho. “aunque sangra, mi cuerpo resiste/ los golpes y los mordiscos.”  Y también “(…) una niña/baila/una melodía que ella sola/tararea//como si fuera la bailarina/ de una caja de música/ toma la libélula/ y la aplasta contra su corazón”
El dolor y la tristeza asoman, despuntan en cada texto y también la alegría de lo cierto; quiero decir, de lo que no puede ser arrebatado. Éste no es un libro del olvido, antes bien, nos habla de una reconciliación, de un entendimiento genuino y sensible. De la vida y su acontecer. 
La poesía de Juan Páez nos propone una lectura del susurro, escuchar en silencio aquello que ya no está y que, sin embargo, aparece en la mirada de lo que no se ve. Pequeño cuerpo, pequeño libro del buen adiós.
        Tal vez estas palabras tampoco lleguen a decir todo cuanto he leído en sus poemas pues, una vez que sus palabras nos tocan, se ilumina todo eso que decimos cuando callamos sin hacer silencio.*


Tapa de cuando vengas, te cuento (Ed. Los pájaros, 2015)






* Agradezco al profesor e investigador Alvaro Zambrano de la Universidad Nacional de Jujuy por la reseña escrita sobre "cuando vengas, te cuento". Una parte se publicó en la Sección Cultural del diario La Mañana (Formosa) el día domingo 11 de setiembre de 2016.



domingo, 10 de septiembre de 2017

Silvia Barei: "un niño que zurce, que remienda"


Hace unos días recibí estas maravillosas palabras de la escritora Silvia Barei:


Leí atentamente tu libro de poemas. 
Atentamente en el caso de la poesía, quiere decir en íntima comunión con la palabra del otro.
Encuentro que es muy hermosa la conjunción de palabra y pintura pues dibujan la figura de un niño que zurce, que remienda, que "arropa sus cuadros", su vida, su corazón. 
A pesar del tono contenido y la sublimación formal de un tema emotivo, árboles de agua me parece casi explícito, en el sentido de que la escritura nos permite acceder a una porción de la realidad que nos es común a los seres humanos: la infancia, las pesadillas, las formas de pensarnos en un lugar, y por supuesto, la ausencia y la muerte.
Paul Celan comparaba el poema con el mensaje en una botella que se arroja al mar, con la esperanza de que alguien la recoja en la orilla, "en la costa del corazón", dice. Mirá qué bella metáfora.
Hasta allí me han llegado tus poemas.
Abrazo. S.  


© Juan Páez. Casa de Jujuy (Buenos Aires, 2017)