lunes, 26 de agosto de 2019

Entrevista a Victoria Ceriani




Un jardín hecho con poemas

El libro Bordando anaqueles (El ojo de mármol, 2017) de Victoria Ceriani propone un retorno al pasado, articulando paisajes y voces que vienen desde la memoria. En este libro, la voz recorre diversos escenarios donde la naturaleza es una constante. Se trata de una cartografía geográfica y vital que le permite al sujeto desplazarse por los senderos del recuerdo.

La voz poética evoca su paso por lugares tales como Río de Janeiro, Formosa y Misiones. Estos desplazamientos revelan cómo, en realidad, todo un viaje constituye un camino interior:

Garganta del diablo

¿Te acordás cuando fuimos
a Misiones,
esa tierra
colorada e inmensa,
Mamá y vos en la
Garganta del diablo,
Mamá y vos
refrescándose la cara?

Torrentes de agua,
que nos transformaban
a todas
las mujeres de la familia,
en guerreras,
para siempre.    

El yo recuerda imágenes y personas: “esa tierra/ inmensa y colorada” donde “Mamá y vos” se refrescan la cara. La presencia de un interlocutor específico le brinda al poema la fuerza del pasado vuelto presente. Esa potencia se intensifica con la verdad que el poema descubre: la fuerza del agua, el impulso de esos “Torrentes” “transforman” “a todas/ las mujeres de la familia/ en guerreras/ para siempre”.

El agua, que fluye y bautiza, es una constante en el libro. Su imagen riega los poemas de este jardín poético. Plantas, paisajes y voces reconstruyen a la voz a través de la escritura. Entonces, el sentido del poema, esa savia que lo atraviesa, se parece al río:

Descubrir el tiempo del río

No quiero
perder esta idea.

El norte abriéndose
como un paraíso
ante mi andar
húmedo
y entumecido.

El cálido pasar
de la gente
riendo y festejando
la cercanía del río.

Olor a nube
aliento a frutas

El río
puede ser
un lugar.

El tiempo fluye como el agua y el sentido mientras que la escritura conserva el deseo: “No quiero/ perder esta idea”, expresa el yo poético. Al igual que el poema anterior, la geografía y el sujeto se convierten en un cuerpo, en el cuerpo mismo del poema. El norte se abre al andar de la mirada que recupera imágenes que apelan a los sentidos “Olor a nube/ aliento a frutas”. Por lo tanto, si el sentido fluye, el poema -al igual que el río- “puede ser un lugar”.    

Entrevista a Victoria Ceriani

¿Cómo surge la propuesta del libro? ¿Cómo fue el proceso de escritura?

En el 2017 decidí, con el impulso de varios amigues escritores, a darle forma a mi primer libro de poesía. Yo venía escribiendo poesía de manera sistemática desde el 2007. Primero realicé un taller literario en el barrio de Paternal, luego, en el 2012, comencé a asistir al taller de Osvaldo Bossi. A partir de ese momento comencé a configurar y construir una voz propia. Durante esos seis años (del 2012 al 2017) fui armando -sin saberlo siquiera- un corpus de lo que serían mis primeros poemas. Editar un libro es una hermosa experiencia y, especialmente, si ese libro es de poesía, porque te permite habilitarte y mostrarte de otra manera frente a una misma y frente al mundo.

El proceso fue arduo y de mucha tolerancia a la frustración. En 2017 comencé a corregir este corpus de poemas iniciales. Realicé una clínica de escritura con Valeria De Vito. Este espacio me ayudó muchísimo a pulir y a trabajar aquellos poemas que en un principio eran más largos. Y lo que es muy importante, a darle un orden y coherencia interna al libro. Contribuyó a que pudiera ver mi primer poemario como una unidad, con una lógica interna. Significó mucho trabajo de escritura, lectura y corrección, lo cual es agotador, pero fue muy gratificante ver el libro terminado.

Ni hablar la emoción que sentí cuando lo vi impreso. Para mí, fue como un doble nacimiento, o un “volver a nacer”. También sentí que parí por primera vez. Podría decir que en el acto de editar mi primer libro “parí, y me parí a mí misma como escritora/poeta”.

En el libro encontramos la presencia constante del río, de hecho comienza con un epígrafe de Juan L. Ortíz. ¿A qué se debe esa suerte de fascinación que el agua despierta en tus escritos?

Hay dos aspectos: por un lado la poesía de Juan L Ortiz fue siempre para mí una referencia muy importante. Desde chica leía sus poemas y me fascinaban. Por otro lado, mi lugar de origen es la provincia de Buenos Aires, con su paisaje de llanura, de pampa húmeda, sus arroyos y ríos. Soy de una ciudad muy pequeña llamada Carmen de Areco. Allí nací y viví toda mi infancia y adolescencia. Era una ciudad construida por los españoles (previa matanza de pueblos originarios) en base a un fortín colonial, el Fortín de Areco, que si bien contaba con un río y un balneario, el río no era un lugar muy transitado por nosotros, los lugareños. La ciudad quedaba muy lejos del río.

A los 18 años me vine a Buenos Aires a estudiar a la universidad y me quedé viviendo aquí. Con el tiempo, descubrí que también vivía en una ciudad que le daba la espalda al río (nuestro tan querido Río de La Plata). Cuando empecé a viajar y a conectarme con el río en otros lugares como Misiones, Formosa, Entre Ríos, Córdoba, Santa Fé, el Norte y el Sur de Argentina, incluso el delta del Tigre o Vicente López, empecé a valorar la importancia de estar cerca del río. Contemplar, quedarse un rato mirando el agua que fluye, permanecer en la quietud, observar. Cuando uno se queda contemplando por un largo rato el río, algo sucede internamente, se encuentra la calma. Empezar a conectarme más con el río tuvo que ver con esta necesidad interna de buscar tranquilidad en un ritmo de ciudad capital muy acelerado. Buscar el ritmo de pueblo dentro de la ciudad.

Al revés, cuando era chica, si bien vivía en un pueblo muy tranquilo, al interior mío había un volcán permanente, un fuego refulgente. Pasé por situaciones de mucha violencia familiar que no me permitían estar en condiciones ideales de tranquilidad interna. Entonces comencé a escribir, alrededor de los 10 años y a buscar la calma dentro de mí. Era la única manera de salvarme de la violencia y la oscuridad que sentía a diario. La escritura es una forma de fluir.

La escritura me salvó la vida. Sobre todo me ayudó a atravesar momentos de mucha soledad y a iluminar zonas oscuras de mi vida. De la misma manera la música y la literatura. Asimismo, estas manifestaciones artísticas fueron un antídoto a la monotonía de un pueblo en donde nada pasaba. Para una persona que está creciendo y conformando su identidad, el tránsito por los mismos lugares, las mismas personas, siempre el mismo cielo y ese pueblo quieto pueden ser muy aburridos, sin embargo, es esa misma monotonía, ese “pareciera que nada pasa”, esos días iguales y, sobre todo, el silencio, fueron los factores que me impulsaron a la hora de escribir.

En Bordando anaqueles (El ojo de mármol, 2017), encontramos mujeres guerreras que nacen para siempre, ¿cómo se construye la imagen de la mujer en tu poesía?

Creo que mis poemas son una especie de conjuro contra la violencia de género, que viene del patriarcado y tiene que ver con la poca valoración hacia la mujer como sujeto de deseo, con un cuerpo y una voz propia (al menos en mi experiencia). Las mujeres de mi casa éramos acalladas, inhibidas en nuestra expresión e invisibilizadas. De la misma manera éramos inhibidas en la sexualidad, “estábamos para armar pareja y estar al lado de un hombre toda la vida”, “para ser madres y buenas mujeres”. La educación en el pueblo donde crecí y en mi familia, era muy conservadora y tenía mucha influencia de la Iglesia Católica. Leer y escribir en ese contexto significó romper estas cadenas y mandatos familiares sobre lo que debía o no debía hacer una mujer. Escribir, entonces, significó para mí encontrarme conmigo misma, transformarme y empoderarme como mujer.

Por otro lado, el contacto permanente con la naturaleza: el aire de llanura, el sol, el viento, el horizonte, el río, son los elementos que rescato como positivos del hecho de crecer en un pueblo, y son los ingredientes que aparecen constantemente en mis poemas y que a la vez, permiten la transformación de esta “niña” en “mujer poeta/escritora”. También mi propia auto transformación se extiende a todas las generaciones de mujeres cercanas: madre, hermana, tía. Y se da gracias al encuentro con otras mujeres que en mi vida contribuyeron a mi empoderamiento y a la búsqueda de nuevos rumbos.

Sos psicóloga, fuiste becaria de CONICET y actualmente dictás talleres de escritura, ¿cómo se da el vínculo entre tu profesión y la escritura? ¿Qué suma, qué resta?

La escritura siempre fue una constante en mi vida. Y se dio en paralelo al transcurso de mi vida universitaria. Durante los años que realicé mi carrera (primero tres años de Medicina, luego seis años de Psicología), nunca dejé de escribir. Cuando decidí cambiarme de carrera, tomé la decisión de que quería escribir, que era de las cosas que más me gustaban en la vida. Estaba entre estudiar Letras o estudiar Psicología en la Universidad de Buenos Aires, pero varias personas me dijeron que comenzar la carrera de Letras no significaba escribir más ni era un pasaje para recibirme de escritora, sino que estaba orientada más al análisis literario. Así que decidí que seguiría la escritura por la vía de talleres literarios.

La vida universitaria, de mucha lectura y escritura académica fue muy favorable para encontrar, en paralelo, un ritmo de escritura literaria. Me daba cuenta que cuando más tenía que estudiar y leer, había una fuerza interior que también me llevaba a escribir de forma creativa. Como una suerte de revelación de la palabra, de romper con las formas clásicas de escritura académica. La beca doctoral de CONICET propicio un modo autónomo de trabajo que me permitió tener espacio y tiempo libre para la escritura. Durante esos cinco años (del 2014 al 2018), viajé mucho y, a la vez, pasaba mucho tiempo en mi casa, leyendo y escribiendo. Fueron los años donde escribí la mayor parte de los poemas de mi primer libro.

En la actualidad, encontré un espacio donde dicto talleres de escritura para personas que transitan una Institución Médico-Psicoanalítica (LIAISON, Olivos). De alguna manera confluyen en esta actividad dos de mis grandes pasiones: la escritura literaria y el acompañamiento a personas desde un punto de vista psicológico y comunitario. En este trabajo encuentro un vínculo muy positivo entre mi profesión de Psicóloga y la escritura.

Casas, patios, jardines y ciudades: muchos de estos espacios están en diálogo con los recuerdos de infancia ¿Qué vínculos surgen entre infancia y poesía?

Hay elementos y personas de mi infancia que fueron vitales para impulsar la escritura. Entre ellos, el jardín y el patio de la casa de mi infancia donde observo y rescato elementos de la naturaleza: plantas como jazmines, enredaderas, Santa Rita, los malvones rojos, el pasto recién cortado, el álamo, las hojas que caían de los árboles. Todo ello constituye, junto con el agua y el río, los fenómenos que transforman a las mujeres en guerreras.

El vínculo con mi abuelo Antonio. Un abuelo que fue madre y un gran maestro en la vida para mí. Desde pequeña nos cuidaba a mí y a mi hermana. Nos ayudaba mucho en mi casa, hacía los mandados, lustraba nuestros zapatos, arreglaba nuestras cosas cuando se  rompían, cocinaba. Era una persona con mucha calma interior. Había nacido en el campo y trabajaba desde pequeño, por lo cual no pudo terminar la escuela secundaria. En su casa también tuve el encuentro con una de mis primeras bibliotecas donde leía libros enteros y también experimentaba un profundo vínculo con la naturaleza, ya que había un gran jardín en el fondo de su casa, con una quinta y un gallinero.

Irene era una amiga de mi madre y fue otro vínculo fundamental para la escritura del libro. Una especie de tía/ hada-madrina de quienes aprendimos muchísimo, sobre todo, diferentes formas de vida y de relacionarse. Nos cuidaba y jugaba con nosotras cuando venía a casa a visitar a mi mamá. También realizamos muchos viajes con ella y mi familia. Irene me regalaba libros. De ahí la conexión de los viajes y la literatura ya desde mi infancia.

Antonio e Irene marcan entonces mi vínculo con los libros, los viajes y la naturaleza. Y son los modelos que tomo para las relaciones sanas en mi vida. Ellos dejaron, sin dudas, una marca y una referencia en sus miradas, sus voces, sus características personales que observo siempre en mis actuales y nuevas relaciones.

Victoria Ceriani (Buenos Aires, 1984) es Licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Buenos Aires donde actualmente se desempeña como docente. Fue becaria de CONICET y desarrolló tareas de investigación para la Universidad de la Cuenca del Plata. Desde el 2006 viene realizando talleres literarios. Participó de la antología El Rayo Verde (Viajero Insonme, 2014). Bordando anaqueles (El ojo del marmol, 2017) es su primer libro de poemas.  


© Juan Páez. texere (Formosa, 2019)