viernes, 22 de febrero de 2019

Presentación de Gabriela Cabezón Cámara en Jujuy


La intemperie neoliberal como clima de época y como experiencia (discrepante) de estar en el mundo viviendo en la ciudad

Alejandra García Vargas
(14 de septiembre de 2018, FHyCS, Jujuy)



Me gustaría conversar con Gabriela sobre la intemperie neoliberal, a partir de fragmentos de “La Virgen Cabeza”

Dice Gabriela:

“El que tenga un paraíso, que lo cuide y que lo esconda: tanta visita, tanta foto, tanta nota y tanto documental nos pusieron en todas las pantallas y cambió el modo de estar en el mundo de la villa, que siempre había optado por una prudente discreción. Una discreción concertada entre todos: los de afuera simulaban que no había nada atrás de las murallas, a lo sumo hacían de vez en cuando una cena de beneficencia o iban a sacar fotos o a regalar cosas viejas. Y los de adentro siempre supieron que la notoriedad solo podía significar problemas: la prensa solo se ocupaba de ellos en casos de desalojos, robos, a veces un asesinato o de vez en cuando el hit de una cumbia. Nada más

¿Habrá sido eso? ¿Viajaría en su helicóptero y habrán coincidido una noticia sobre nosotros en su pantalla y la imagen de la villa a sus pies? Años después, a los pies de Daniel, algo de eso dijo: iba a su casa, vio la villa desde arriba, vio las casillas con los techos florecidos de malvones, el hacinamiento, vio a las vírgenes y a los santos, vio la vecindad con las mansiones de sus socios y pensó que los villeros no merecían vivir así, que sus amigos no merecían semejante contigüidad y que esos terrenos merecían una buena renta y quiso ser la punta de la ola inmobiliaria. Para nosotros fue un tsunami. Para ellos, los más fuertes, su deseo está hecho de naturaleza, tiene el mismo peso que la ley de gravedad: ¿se habrá imaginado como un huracán que hacía volar todas las chapas de la villa?, ¿como un alud, haciéndose de su propio impulso y de lo que ese impulso arrastra y lo agranda?, ¿se habrá visto como un ejército? , ¿Cómo la ley de selección natural se habrá visto, sacando a los más débiles para hacer lugar a las mansiones de los mejores? No lo sabremos nunca.” (pp. 149-150)

El desastre natural aparece como coartada recurrente para el ejercicio de la violencia que naturaliza la desigualdad. El conjunto de metáforas meteorológicas se agrupa con la referencia bélica al ejército, que ya no es del orden de lo natural y pone en palabras el ejercicio de la violencia en la lucha por dar sentido al mundo en contexto neoliberal.

En esa lucha hay contendientes que experimentan el desasosegado clima de época desde posiciones desigualadas y diferenciadas: la combinación entre el punto de vista aéreo y panorámico del helicóptero y el espejo negro de la pantalla, que lleva noticias a ese lugar privilegiado de la mirada, alienta que se desate el ejercicio de desposesión vinculado a la distribución meritocrática. Lejos de corresponder al orden natural, es un ejercicio humano, social e histórico en el que la acumulación se produce por desposesión. En sólo dos párrafos, Gabriela nos describe la intemperie neoliberal al detalle, en la articulación de clima de época y experiencia de quienes miran al mundo “desde arriba”, y le dan sentido a esa posición como algo ajeno a sus propias voluntades y trayectorias personales y de clase.

Ese conflicto por la desposesión y la pérdida de derechos, me resulta conmovedoramente presente en la actual situación de recrudecimiento de la intemperie neoliberal. La propia Gabriela ha producido esa articulación en la ácida crónica del discurso presidencial de Mauricio Macri anunciado la intensificación del ajuste económico por parte del gobierno de la alianza Cambiemos, titulada “Pobrecito el presidente”, en la que evidencia en qué medida resulta absurdo (para la experiencia crítica y la experiencia de lxs desposeídxs) narrar el ejercicio de la violencia neoliberal escamoteando en la interpretación la responsabilidad política, personal y de clase (junto a las numerosas intersecciones que colocan a este presidente en el helicóptero -medio de transporte que nombro en términos de  visión panorámica, desde afuera, de lejos y de arriba de la sociedad, no quiero resultar destituyente).

La pinza de acumulación/desposesión en la producción social del espacio se sintetiza también en el epígrafe del capítulo 21:

Topadoras y bulldozers
doble trabajo lograron
not only nos aplastaron: 
they also did los cimientos
            pa´los del country privado  

La otra experiencia, la de lxs desposeídxs, la de lxs violentadxs, es sin embargo mucho más consciente sobre la propia posición, y sobre el carácter histórico, social y conflictivo de la intemperie: se sabe que el ataque va a llegar, y que se parece a una guerra.  

“No fue como un tsunami ni como un terremoto ni como un alud. O sí, pero entonces vivíamos como los que viven en tierras en las que se sabe que pueden suceder. Ahí se teme al terremoto, se trata de huir del tsunami y se construyen barricadas contra el alud, pero siempre que suceden sorprenden, nunca se está listo: los heridos o los golpeados sienten antes la sorpresa que el dolor. Porque no se puede estar listo para el desastre; los que están preparados lo evitan, se le sustraen. Quiero decir que nadie está listo, por ejemplo, para un bombardeo; salvo el que puede huir del bombardeo y entonces el bombardeo no sucedió. Les pasó a los otros, al lugar donde antes vivíamos y ahora es escombros y vecinos muertos. Tampoco el condenado a muerte deja de ser sorprendido por la bala ni aunque haya estado horas mirando cómo se formaba el pelotón de fusilamiento y esperando, entonces sí, que un tsunami llegue justo hasta los soldados, que un terremoto abra una grieta y se los trague o que un alud los aplaste. Pero nunca les pasan esas cosas a los pelotones y si los condenados no están atados intentarán atajar las balas con las manos, se taparán la cara como en el cuadro de Goya o se cerrarán sobre sí mismos contra una pared: no estoy haciendo profecías, hace varios siglos que se fusila y la gente se defiende siempre igual.

Es que la de la muerte es una espera imposible: la vida se le resiste hasta el último instante. Y cuando deja de resistirse ya no es vida. Entonces no  hay espera, hay lucha y hay sorpresa hasta el final.

No sé cuánto luchamos y dado que perdimos no puedo dejar de concluir que no fue suficiente. Suficiente solo hubiera sido transformarnos en un ejército, pero trocados en fuerza armada hubiéramos dejado de ser lo que éramos: una pequeña multitud alegre” (pp. 131-132)

Aunque se conozca (porque vivir en tierras donde eso sucede es una parte importante de la experiencia social e intergeneracional que también forma parte central -feministamente- de la novela) que la catástrofe puede suceder, también se sabe que es más una batalla desigual(ada) que un alud, y que es posible resistir: se teme, se escapa, se construye para la resistencia de aquello que la experiencia de dominación insiste en experimentar como desastre natural.

La cotidianeidad sobrecogedora de la violencia en El Pozo, el mundo construido por Gabriela , incluye la violencia de las armas cerca del cuerpo, en la cama o en situación de transacción; la violencia del dinero negro en los circuitos de corrupción entre el Concejo deliberante, el mercado inmobiliario y la experiencia de quienes intermedian; la violencia interseccional sobre las víctimas de las fuerzas de seguridad y los circuitos de trata y comercialización de cuerpos; la violencia de quiénes hablan y quiénes muestran sobre quiénes son habladxs y mostradxs en los medios que narran cómo es la villa. Pero, otra vez, y con ese estilo líricamente coloquial, desenfrenado y conmovedor, la construcción del hábitat constituye en sí misma un acto de resistencia a la intemperie de la violencia neoliberal. Un acto multitudinario y alegre. Esa noción de multitud, de alegría y de eventual (aunque no casual) abundancia produce, excepcionalmente, un espacio cotidiano colectivo, orgánico y organizado, que se autosustenta con un estanque con peces, que vincula figuras feministamente referenciales para la organización, mujeres irreverentemente populares: una Virgen Cabeza (¿cómo no recordar la imagen de la virgen en la entrada de Palpalá al leer la descripción?), Evita y la hermana Cleopatra.

Cuando nos enamoramos de esa experiencia excepcional de multitud alegre, dice Gabriela:

“Me estoy yendo a Cuba a buscarla. No sé si tengo el corazón roto o si tengo una granada en el lugar donde antes tenía el corazón. También ignoro si me voy a enfrentar con un divorcio o con el Apocalipsis. No entiendo qué le pasó; por ahí no son tan fáciles de abandonar los orígenes y en la cultura de origen de Cleo mandarse a mudar con toda la guita y dejarme a la cría en casa es algo que cualquier varón puede hacer sin menoscabo de su honor y su buen nombre. Pero no creo, estrictamente hablando Cleo no es un varón, quiera a su hija y realmente cree en su Virgen. Así que debe ser cierto que transformó ese pobre pedazo de cemento en un adefesio carísimo y estrafalario y que está en La Habana tratando de organizar algún megarrecital para convertir a los isleños a la fe de la Virgen Cabeza. Si no estuviera tan furiosa como estoy, el proceso de reescribir la cumbia como un texto digno de la Revolución me resultaría apasionante. Pero en nuestras cuentas bancarias quedan apenas trescientos mil dólares. Y teníamos más de diez millones. Y mi amada se mandó a mudar sin avisarme. Se escapó con toda la guita y me dejó a la nena como si yo fuera, no sé qué, ¡una mujercita! Por supuesto que le mandé una respuesta:

Carlos Guillermo Cleopatra, tenés razón, esto no se acaba acá. Te voy a ir a buscar, vamos a vender todos esos metales y piedras preciosas que le pusiste a tu catedral y le vas a seguir rezando al pedazo de cemento que rescataste de la villa, que tan mal no te fue hasta ahora. Sin oro y sin diamantes te rendía igual tu Virgen. Con lo que recuperemos te voy a pagar un tratamiento psiquiátrico. Y si no accedés, te voy a hacer juicio por chorra. Y te voy a pedir la extradición. Y te vas a volver en avión con las manos esposadas y no lo va a poder impedir ni Fidel, ni vivo ni muerto, ni todos tus clubes de fans juntos. Nos vemos en La Habana, mi amor.”

La complejidad de lo popular, lo subalterno (o subalternizado) y su carácter conflictivo, entreteje esa alegría excepcional con otros momentos de lo más variados, algunos muy oscuros, que desembocan en un final muy cercano al neorrealismo italiano. Porque la violenta humorada del final neoliberalmente feliz (una salvación que ya no es colectiva, y cuya felicidad se conecta a Miami y a objetos suntuosos) es rápidamente trastocado por el conflicto, escapando -otra vez- de la sobresimplificación en la comprensión de la resistencia popular, que en este libro claramente no es miserabilista, pero tampoco romántica. 

Cuánto de irónico amor por las modalidades políticas de las izquierdas populares latinoamericanas nos enseña ese final. 


Fotografía de Johny Miller




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