viernes, 23 de marzo de 2012

La cocina de un relato de vida

Publicada en Digilenguas Nº 10 - Diciembre 2011 - Temática I Congreso Nacional sobre Neoépica y II Congreso Internacional "Sagas Fantásticas"  Facultad de Lenguas - Universidad Nacional de Córdoba. El trabajo que presentamos a continuación sufrió algunas modificaciones después de aquella publicación.

María, mi mamá, era hija natural de mi abuela que también era hija natural; “natural” quiere decir que no conoce al padre. Ella vivía en el pueblo de “El Naranjo” en Rosario de la Frontera, pero su situación económica no era buena, menos en el campo. La mamá de mi mamá se llamaba Julia Sajama. Llevaron  una vida muy sacrificada. 
En un ocasión fue un matrimonio a visitarla a la abuela Julia y le preguntaron si la dejaban ir a la mamá a Buenos Aires con ellos, y la abuela Julia… la dejó… la dejó irse. Mi mamá tendía 10 años. Se crió primero con esa familia, pero como no se sentía muy bien continuó su vida entonces con una familia de apellido… Capdevila. Ellos eran importadores de tela, franceses. Bueno... a ella no la mandaron a estudiar mucho; colaboraba en la casa… La mamá siempre fue bien despierta, entonces observaba que las hijas de este matrimonio iban al colegio pero también a danza y además las mandaban a piano. En ese ambiente se crió la María, mi mamá. Todo el mundo leía en la casa de los Capdevila y nadie estaba de vicio. Ellos compraban el diario “La Nación” y mi mamá aprendió a leer, practicando con ese diario que compraban. Trataba de formar las palabras, me decía a mí, formaba las palabras y así iba formando y leía. Ella siempre lo contaba… bah, me lo comentaba por ahí… cuando nos quedábamos solas. La mamá no terminó ni el primero superior pero formando las palabras una por una aprendió a leer de corrido. Le gustaba mucho leer.

Las historias de vida, estas sagas de lo cotidiano, retratan los más diversos sentimientos. Los narradores, quienes cuentan hechos de su propia historia, ofrecen no sólo sus palabras, sino también sus silencios a quienes estén dispuestos a escucharlos. Así el interlocutor debe estar dispuesto a viajar a otros lugares para encontrarse con seres que habitan otro lugar. En esta oportunidad presentamos un relato y el proceso creativo que tiene lugar en el marco del Seminario de Literatura Folclórica del ciclo de Licenciatura en Letras de la Universidad Nacional de Jujuy. La propuesta del Seminario, en primer término, es lograr el relevamiento de historias de la vida cotidiana. Una vez que ya tenemos el ingrediente principal, comienza nuestra cocina que consiste en pasar esas historias de la oralidad a la escritura, pero sin perder la voz de quien narra. 
Ana María Bovo en “Narrar, oficio trémulo: conversaciones con Jorge Dubatti” nos señala que “lo que guarda la memoria no es una argumentación, ni una enumeración de hechos, sino un relato, una historia significativa” (Bovo, 20). Y justamente como veremos, nuestro material de trabajo, nuestro punto de partida, es la historia significativa de dos hermanas.         
Las historias de vida, esos testimonios personales, se definen como experiencias íntimas, únicas. En la obra La “historia de vida” se nos dice: “cuando escuchamos de boca de un informante un cuento, un mito, una leyenda o simplemente su opinión acerca de algo, etc. nos encontramos con casos únicos” (Magrassi y otros, p. 13).  Sin duda que a esa lista de casos únicos podemos sumarle las narraciones testimoniales y los relatos de vida, ya que todos coinciden en tanto son productos de situaciones enunciativas irrepetibles.  


El ingrediente principal y el descubrimiento de una saga familiar.
En nuestro caso las informantes son dos, Teresa e Irene que cuentan sobre sus vidas. Pero al escuchar el material obtenido, descubrimos que ambas narran la propia historia familiar que se remonta a una primera generación, a la de su bisabuela llamada Julia Sajama; una segunda, la de su madre María Mansilla y una tercera que comprende la propia historia. Entre esas voces descubrimos una saga. Demetrio Estébanez Calderón, en su Diccionario de términos literarios, (p. 959) define dicho término como

un tipo de relato en prosa. Anónimos. Destinados en sus inicios a la narración de la historia de determinadas familias (reales, principales) y de sus pueblos respectivos […] en la literatura española, dicho término ha sido aplicado a determinados relatos en los que se narra la historia de una familia y sus posibles ramificaciones.   

Así, las historias de estas dos hermanas se remontan a generaciones anteriores como ya lo hemos señalado. Y efectivamente las ramificaciones se evidencian a lo largo de su narración. Cada nombre es un nuevo paréntesis que se abre, así sabemos por ejemplo de la historia de las hijas del matrimonio de franceses que se llevan a María de Rosario de la Frontera a Buenos Aires, también nos encontramos con la historia de Ramón, el esposo de María, y no sólo su historia sino también la de sus padres y hermanos. Detrás de la voz de nuestras narradoras, el árbol genealógico se reconstruye con cada palabra.


La cocina de un relato.
El primer paso: las historias son grabadas y luego transcriptas de manera fiel, sin ningún tipo de modificación, respetando los tiempos verbales que se utilizaron, las reiteraciones, etc. ya con el material desgravado comienza nuestra cocina de un relato de vida.
Luego de la desgravación continuamos con la lectura del material y la búsqueda de un núcleo metafórico, es decir una metáfora que atraviese la historia y que la unifique. En nuestro caso, ese núcleo metafórico es la rebeldía femenina; mujeres que fingen dormirse, pero que en realidad están despiertas y haciéndose las dormidas se revelan contra lo instituido:
    
Después de preparar la cena, ella siempre se sentaba en una silla. Sobre su regazo ponía una manta color verde… me acuerdo que era verde. Y ella me llamaba, entonces yo me sentaba en el regazo y ella comenzaba a cantar:

“esta niña linda se quiere dormir,
pero el pícaro sueño no quiere venir”

Entonces con esa canción y otras que no recuerdo, me hacía la dormida. Resulta que cuando ella me llevaba a la cama, yo, según ella, ya estaba dormida, cuando llegaba a la cama, me daban ganas de ir al baño, así que no terminaba de acostarme en la cama, me iba al baño. Ella, sorprendida porque no sabía en qué momento me recordaba… y era que realmente yo no me dormía, sino que me hacía la dormida para que ella me lleve a la cama. Entonces me levantaba y se reía porque mi mamá me decía “pucha, mirá como se ha dormido esta pícara”.


Al principio de este trabajo, marcábamos el carácter personal e íntimo de los relatos de vida, sin embargo existe la posibilidad de poner en contacto historias, unas con otras. Así, puede que esas narraciones, que son individuales, encuentren resonancias en otras similares. Pero los vínculos no son sólo se generan entre sí, sino que también pueden darse entre una historia y un referente. Justamente, y a propósito de las relaciones entre obras testimoniales y referentes históricos concretos, Begoña Huertas Uhagón (p. 167) sostiene que esta relación se establece gracias a la presencia de planos individuales que les permite el contacto. Asimismo, agrega que “es la mirada centrada en lo particular, en lo cotidiano, la que revelará un panorama más amplio, abarcador de una época”. La cita de dicho autor muestra cómo relatos de lo cotidiano permiten que una época sea reconstruida. En nuestro caso, ese relato cotidiano, cuyo núcleo metafórico es decir la liberación femenina, reconstruye una época, sus prejuicios y prescripciones.  
Una vez que encontramos cuál es el núcleo metafórico, volvemos a escuchar las grabaciones, pero esta vez reorganizaremos nuestro material. En este caso ya estaremos atentos a los detalles que son esos datos narrativos que enriquecen la historia y hacen al sentido de la historia misma. Bovo, quién realiza un camino inverso al nuestro en tanto pasa de la escritura a la oralidad, también coloca el acento en la importancia de los detalles: “cuenta bien quien ha mirado bien. Por eso se vuelven tan importante los detalles, son los que revelan la textura, los olores, la atmósfera, la imágenes, el espacio donde se mueven los personajes” (Bovo, p.143). Nuestras narradoras hacen alusiones constantes a esos datos narrativos que van desde el color verde de la manta hasta el año en que una de ellas, Irene, gana un campeonato en moto. En este último caso, el detalle del año se vuelve significativo para comprender el sentido controversial que queremos señalar:    

El primer año yo había ido al norte con la moto… primer año. Había un señor que las arreglaba y como se me había echado a perder yo iba a que él la arreglara. Bueno… una vez me dice que para la fiesta del 31… iban a hacer carreras de moto. La cuestión es que primero era el desfile. Me animo y participo. La cuestión es que pasaban primero los varones, después yo. Me he tenido que poner el poncho, las botas… en la motito… pero no tenía el casco así que me prestan uno los del correo… era así medio puntado, parecía un bombero. Me saco la foto, no podía ver bien porque el casco me entraba grande. He desfilado y todos contentos porque claro… la única mujer que andaba en moto en el 76. Después, claro, participé en la carrera. Participaban varios. La cuestión es que al último quedamos tres después yo he quedado sola, entonces pregunto “quién ha ganado” “¿Yo?”… Y Carlos Garzón siempre hacía un chiste, me decía “la ganadora” ¿quiénes corrían? “ella sola”. Al año siguiente me han llamado a mí para que entregue el trofeo… al muchacho ganador de ese año.  


Julia no había conocido a su padre; María tampoco. María viaja a Buenos Aires cuando tiene 10 años y regresa a Rosario de la Frontera donde se casa y descubre que el matrimonio no es lo que ella había visto en casa de los Capdevila. Sus hijas estudian en esa ciudad y luego viajan al norte de Jujuy y se instalan a vivir allí. Alicia, Maruca, Irene y Teresa ejercen la docencia:

   
Qué desolación: un fragmento de la historia de vida de Teresa.

La Alicia la trae a la Maruja, la Maruja la trae a Irene, después la mamá me dice acompañala. Sayate… ah, eso es toda una historia. Sayate… llego con las cosas y no fui sola, fui con otra amiga, con Marta, ella también quería trabajar y me acompaña… Sayate… primero llegamos a Abra Pampa y teníamos que buscar cómo llegar a la escuela que nos habían designado. Llegamos en un camión, un tierral. Llegamos a la escuela y vemos que… era una choza. Resulta que entramos a la escuela semejante agujero en el techo y le digo a la persona que abrió la escuela “si llueve nosotras estamos mirando el cielo de aquí” le digo y entonces me dicen justo unos padres que se habían acercado, me dicen “bueno señorita si usted no se anima a vivir acá entonces tenemos la otra escuela que está en construcción… serían casi 10 kilómetros para atrás”. Estaba sola la escuela. El edificio estaba solo no había ni una casa alrededor, la más cerca estaba a 3 kilómetros…
Era una pieza chica y una sala larga, pero no tenía ni ventaba de vidrio, o sea le faltaban los vidrios, techo de chapa, piso de cemento, y todo el material ahí adentro y bueno… nos teníamos que hacer cargo del lugar. Y estábamos las dos, un tierral y un pedregal y los pozos donde podíamos tomar agua estaban llenos de sapos y ratones. Así que entonces la Irene, que tenía el auto, nos llevaba los bidones y nos tenía que durar toda la semana.  
Me acuerdo que los primeros días no había dónde comprar pan. Y venimos y justo nos quedamos sin pan, entonces, como no conocíamos nada le digo mirá Marta vamos a tener que hacer pan. Le digo yo hago la tortilla si vos te animas, bueno dice ella y resulta que como no conocíamos nada, tratábamos de cortar la tola… no podíamos arrancar ni un pedacito de tola para nada… semejante planta verde, es que es imposible cortar la tola cuando es verde. Así que bueno a buscar ramitas. Encuentro un poco. Digo con esto ya va a hacer un poco de braza, no terminábamos de poner nosotras, encendíamos el fuego, no terminábamos de poner que ya se apagaban, la tortilla… negra… no se había cocinado nada. Negra y adentro toda cruda. Y nos matábamos de risa. Mirá Marta, le digo, me parece que no vamos a comer ni la tortilla. Después la Irene me ha dado un pequeño calentorcito que funcionaba con alcohol. Te imaginas; poníamos a las dos de la tarde el jarro con agua y hervía a las cinco. Y bueno… tomábamos el té así.
Una radio nos acompañaba. La pieza donde dormíamos nosotras era dormitorio, comedor y todo. Frente a la pieza estaba el mástil. Y para mejor… esas tormentas con descargas eléctricas. Muertas de miedo las dos porque el mástil terminaba en punta y yo me acuerdo que siempre caían los rayos. La mama decía “hay que cubrir todos los espejo”; acostumbrada de la casa, cubría espejo, espejito. Todo. Encima tenía una campana pegada ahí… en la puerta, en la parte de afuera de la pieza, una semejante campana de acero que había donado la Mima “El Aguilar”. Digo mirá Marta con esta descarga cualquier día va caer un rayo, bajemos la campana, así que hemos bajado la campana ¿y qué? teníamos terror, como estaba rodeada de cerro los rayos cada dos por tres caían porque decían que esos cerros tenían mineral.  
Aparte de eso el fin de semana no había en qué volver al pueblo, estábamos desesperadas porque nos quedamos sin pan, sin agua, sin nada… salíamos al empalme que era a tres kilómetros y veíamos como que venía un vehículo, decía la gente, y salíamos al empalme y resulta que no pasaba nada… era un remolino así que a veces adentro de nuevo.

No…No había nada en ese lugar. Ya después conocimos una maestra de Agua Chica que era frente a frente y bueno el padre iba a buscarla y ahí hemos tratado de comunicarnos para poder viajar hasta Abra Pampa y volver de nuevo y a veces la chica no iba. Me dice la Irene “entonces cuando vos quieras salir, haceme señas de espejos”. Desde nuestra escuela se veía el techo de la escuela de ella, de Miraflores, parecía cerquita pero era lejos… nos espejeamos decíamos pero ella parece que no veía ni el espejo… es que la gente del norte se sabía espejear, se mandaban el mensaje con el espejo que era una seña. Un día que la chica no fue, la Irene ni mira del espejo y ya eran las cinco de la tarde y le digo a la Marta, bueno Marta vamos a la escuela de la Irene, llevemos esto nomás, unas cuantas cosas… hemos caminado las cinco, las seis, las siete y no llegábamos a la escuela de la Irene, cuando llegamos a la escuela de la Irene ya se había ido en el último camión que pasaba porque por esa ruta… resulta que llegamos allá, la escuela cerrada… no estaba mi hermana y encima, gracias a Dios que tenía… que habían dejado una puerta abierta de un comedor que estaba en construcción… así  que la señora que vio que llegábamos ahí, Doña Fortunata Ramos. Hemos hecho la cama de chapa y hemos puesto ahí una colcha que nos prestó… nos hemos muerto de frío con la Marta porque te imaginas ahí la temperatura es cuánto? 15 grados bajo cero, 10 grados bajo cero, no podíamos pegar un ojo… no había ni fuego… todo se había dejado con llave. Entonces al otro día más que volando nos levantamos a tomar sol y resulta que no venía nadie que nos pueda acercar porque el sábado no había vehículo… ni comida. Así que rezando, lo que nosotros siempre hemos heredado de la mamá es que siempre estamos pidiendo al Señor que nos acompañe, que nos ayude, todo eso… y justo llegó cerca de la escuela un vehículo, parece que la señora había pedido que vayan para retirar no sé qué… retirar las cosas de ella, así que ahí lo hablamos al señor y nos llevó hasta Abra Pampa… pero ya era el sábado ya casi a las dos de la tarde llegábamos y teníamos que volver el domingo… no disfrutábamos nada casi…

El domingo era otra historia para el lunes porque no arrancaba el vehículo, había que empujar y claro a veces exponernos un poco porque digo bueno había que ver alguien que vaya por la 40 que era muy poco transitable, menos que la ruta que iba por Miraflores, que va a Casabindo… entonces… este… una vez hablando dicen que los de Agua Potable iban por ese lado y bueno le digo: Marta vamos a hablar a Agua Potable que si nos pueden llevar. “Bueno” nos dicen; nosotros podemos llevarlas pero hasta el primer cerro nomás. Y bueno sólo hasta el primer cerro. Llevábamos el agua, llevábamos los libros de la escuela porque era la primera vez que me hacía cargo de la Dirección, llevábamos la comida y… la garrafita de 3 kilos para hacer un té y todas esas cosas. Nos dejan ahí en el primer cerro y de ahí mirábamos nosotros la escuela; le digo mirá Marta no te hagas problemas que allá es la escuela nuestra… mira se veía una cosita así, chiquitita, pero le digo ya es la escuela así que hagamos la cortada por acá… hemos hecho la cortada y eran las diez, eran las once, eran las doce, eran la una, las dos, las tres, las cuatro… a las cinco hemos llegado. Caminando con una sed terrible, veo una casa y le digo bueno… en aquella casa por lo menos nos van a convidar agua… no había nadie… la otra casa tampoco. La gente se va cambiando de lugar de acuerdo al momento que debían pastorear a sus ovejas. Llegamos a la escuela ni la portera, ni los chicos, ni nada… así que… qué desolación.


Algunas reflexiones finales.
Dos hermanas sentadas en el mismo sillón cuentan sus historias sin saber que están contando, paralelamente, acerca de la liberación femenina, que es el núcleo metafórico de estas historias de vida. Se sacan el peso que les impone su condición y se atreven a ocupar lugares "destinados" a los hombres. Julia Sajama, la bisabuela, deja que su hija se vaya a vivir a otra provincia con una familia que la visita en una oportunidad. María aprende a leer formando las palabras una por una; Irene gana un campeonato de moto en el año 76 y, un año después de esa competencia la llaman para entregarle el trofeo a un hombre; mientras que Teresa acarrea una garrafa de 3 kilos, papeles, y agua para internarse en una escuela entre los cerros jujeños. Cada una de estas mujeres se revela contra lo establecido, a su manera, claro está. 
  Nuestra cocina empieza con una historia, un sujeto que narra, y nos brinda el ingrediente más importante. Luego del encuentro y el relevamiento de la historia, desgravamos la historia de manera fiel. La leemos. Continuamos con la búsqueda de un núcleo metafórico, una metáfora que atraviese el relato de vida y que lo aúne. Después la reorganización de la información siguiendo un orden que puede ser temporal, éste es  nuestro caso. Corregimos algunos pormenores como ser falta de algunas letras, la concordancia de género, etc. pero tratamos de no alterar por completo la voz que está detrás de la narración, dejamos algunas reiteraciones o expresiones, conservamos algunos detalles que se vuelvan significativos en la historia. A lo largo del trabajo, priorizamos ciertas marcas propias de la oralidad por encima de la normativa gramatical.
El trabajo con historias de vida, enmarcado en el Seminario de Literatura folklórica de la UNJu que Elena Bossi desarrolla en su semenario, nos permitió el viaje, trasladarnos a otros tiempos, a otros lugares para encontrarnos con seres que vivían en la oralidad. La escritura es brindarles una nueva moraba porque tal vez lo que buscamos es evitar que a esta saga protagonizada por mujeres se la lleve el viento. Buscamos, en la escritura, su permanencia.

Bibliografía.
BOVO, Ana Ma. (2002) Narrar, oficio trémulo: conversaciones con Jorge Dubatti. Buenos Aires. Editorial Atuel.
ESTEBANEZ CALDERÓN, D. (2008) Diccionario de términos literarios. España. Alianza editorial.
HUERTAS UHAGÓN, Begoña. El postboom y el género testimonial: Miguel Barnet. Cauce. Núm 17. Centro Virtual Cervantes.
MAGRASSI, Guillermo, ROCA, Manuel y otros. (1980) La “historia de vida”. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina.  




2 comentarios:

  1. No sé si te lo dije aquella vez cuando leí u trabajo, pero me quedó dando vueltas la palabra "desgrabar", que suena más a borrar que a transcribir. Ya sé que siempre la usamos cuando vamos a "desgrabar" las clases...
    Pienso en des-terrar, des-cifrar, des-tetar, des-decir, entre otras palabras, y sus significados.
    Nos vemos amigo DESastre!!! jaja
    Javi

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    1. está muy buena la observación javi, niño superdoderoso. gracias.

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