La intemperie
neoliberal como clima de época y como experiencia (discrepante) de estar en el
mundo viviendo en la ciudad
Alejandra
García Vargas
(14
de septiembre de 2018, FHyCS, Jujuy)
Me gustaría conversar con Gabriela sobre la intemperie neoliberal, a partir de fragmentos
de “La Virgen Cabeza”
Dice Gabriela:
“El que tenga un paraíso, que lo cuide
y que lo esconda: tanta visita, tanta foto, tanta nota y tanto documental nos
pusieron en todas las pantallas y cambió el modo de estar en el mundo de la
villa, que siempre había optado por una prudente discreción. Una discreción
concertada entre todos: los de afuera simulaban que no había nada atrás de las
murallas, a lo sumo hacían de vez en cuando una cena de beneficencia o iban a
sacar fotos o a regalar cosas viejas. Y los de adentro siempre supieron que la
notoriedad solo podía significar problemas: la prensa solo se ocupaba de ellos
en casos de desalojos, robos, a veces un asesinato o de vez en cuando el hit de
una cumbia. Nada más
¿Habrá sido eso? ¿Viajaría en su
helicóptero y habrán coincidido una noticia sobre nosotros en su pantalla y la
imagen de la villa a sus pies? Años después, a los pies de Daniel, algo de eso
dijo: iba a su casa, vio la villa desde arriba, vio las casillas con los techos
florecidos de malvones, el hacinamiento, vio a las vírgenes y a los santos, vio
la vecindad con las mansiones de sus socios y pensó que los villeros no
merecían vivir así, que sus amigos no merecían semejante contigüidad y que esos
terrenos merecían una buena renta y quiso ser la punta de la ola inmobiliaria. Para
nosotros fue un tsunami. Para ellos, los más fuertes, su deseo está hecho de
naturaleza, tiene el mismo peso que la ley de gravedad: ¿se habrá imaginado
como un huracán que hacía volar todas las chapas de la villa?, ¿como un alud,
haciéndose de su propio impulso y de lo que ese impulso arrastra y lo agranda?,
¿se habrá visto como un ejército? , ¿Cómo la ley de selección natural se habrá
visto, sacando a los más débiles para hacer lugar a las mansiones de los
mejores? No lo sabremos nunca.” (pp. 149-150)
El desastre natural aparece como coartada recurrente para
el ejercicio de la violencia que naturaliza la desigualdad. El conjunto de
metáforas meteorológicas se agrupa con la referencia bélica al ejército, que ya
no es del orden de lo natural y pone en palabras el ejercicio de la violencia
en la lucha por dar sentido al mundo en contexto neoliberal.
En esa lucha hay contendientes que experimentan el
desasosegado clima de época desde posiciones desigualadas y diferenciadas: la combinación
entre el punto de vista aéreo y panorámico del helicóptero y el espejo negro de
la pantalla, que lleva noticias a ese lugar privilegiado de la mirada, alienta
que se desate el ejercicio de desposesión vinculado a la distribución
meritocrática. Lejos de corresponder al orden natural, es un ejercicio humano,
social e histórico en el que la acumulación se produce por desposesión. En sólo
dos párrafos, Gabriela nos describe la intemperie neoliberal al detalle, en la
articulación de clima de época y experiencia de quienes miran al mundo “desde
arriba”, y le dan sentido a esa posición como algo ajeno a sus propias
voluntades y trayectorias personales y de clase.
Ese conflicto por la desposesión y la pérdida de
derechos, me resulta conmovedoramente presente en la actual situación de
recrudecimiento de la intemperie neoliberal. La propia Gabriela ha producido
esa articulación en la ácida crónica del discurso presidencial de Mauricio
Macri anunciado la intensificación del ajuste económico por parte del gobierno
de la alianza Cambiemos, titulada “Pobrecito el presidente”, en la que
evidencia en qué medida resulta absurdo (para la experiencia crítica y la
experiencia de lxs desposeídxs) narrar el ejercicio de la violencia neoliberal
escamoteando en la interpretación la responsabilidad política, personal y de
clase (junto a las numerosas intersecciones que colocan a este presidente en el
helicóptero -medio de transporte que nombro en términos de visión panorámica, desde afuera, de lejos y
de arriba de la sociedad, no quiero resultar destituyente).
La pinza de acumulación/desposesión en la producción
social del espacio se sintetiza también en el epígrafe del capítulo 21:
Topadoras y
bulldozers
doble trabajo
lograron
not only nos
aplastaron:
they also did los
cimientos
pa´los del country
privado
La otra experiencia, la de lxs desposeídxs, la de lxs
violentadxs, es sin embargo mucho más consciente sobre la propia posición, y
sobre el carácter histórico, social y conflictivo de la intemperie: se sabe que
el ataque va a llegar, y que se parece a una guerra.
“No fue como un tsunami ni como un
terremoto ni como un alud. O sí, pero entonces vivíamos como los que viven en
tierras en las que se sabe que pueden suceder. Ahí se teme al terremoto, se
trata de huir del tsunami y se construyen barricadas contra el alud, pero
siempre que suceden sorprenden, nunca se está listo: los heridos o los
golpeados sienten antes la sorpresa que el dolor. Porque no se puede estar
listo para el desastre; los que están preparados lo evitan, se le sustraen.
Quiero decir que nadie está listo, por ejemplo, para un bombardeo; salvo el que
puede huir del bombardeo y entonces el bombardeo no sucedió. Les pasó a los
otros, al lugar donde antes vivíamos y ahora es escombros y vecinos muertos.
Tampoco el condenado a muerte deja de ser sorprendido por la bala ni aunque
haya estado horas mirando cómo se formaba el pelotón de fusilamiento y
esperando, entonces sí, que un tsunami llegue justo hasta los soldados, que un
terremoto abra una grieta y se los trague o que un alud los aplaste. Pero nunca
les pasan esas cosas a los pelotones y si los condenados no están atados
intentarán atajar las balas con las manos, se taparán la cara como en el cuadro
de Goya o se cerrarán sobre sí mismos contra una pared: no estoy haciendo
profecías, hace varios siglos que se fusila y la gente se defiende siempre
igual.
Es que la de la muerte es una espera
imposible: la vida se le resiste hasta el último instante. Y cuando deja de
resistirse ya no es vida. Entonces no hay
espera, hay lucha y hay sorpresa hasta el final.
No sé cuánto luchamos y dado que
perdimos no puedo dejar de concluir que no fue suficiente. Suficiente solo
hubiera sido transformarnos en un ejército, pero trocados en fuerza armada hubiéramos
dejado de ser lo que éramos: una pequeña multitud alegre” (pp. 131-132)
Aunque se conozca (porque vivir en tierras donde eso
sucede es una parte importante de la experiencia social e intergeneracional que
también forma parte central -feministamente- de la novela) que la catástrofe
puede suceder, también se sabe que es más una batalla desigual(ada) que un
alud, y que es posible resistir: se teme, se escapa, se construye para la
resistencia de aquello que la experiencia de dominación insiste en experimentar
como desastre natural.
La cotidianeidad sobrecogedora de la violencia en El
Pozo, el mundo construido por Gabriela , incluye la violencia de las armas
cerca del cuerpo, en la cama o en situación de transacción; la violencia del
dinero negro en los circuitos de corrupción entre el Concejo deliberante, el
mercado inmobiliario y la experiencia de quienes intermedian; la violencia
interseccional sobre las víctimas de las fuerzas de seguridad y los circuitos
de trata y comercialización de cuerpos; la violencia de quiénes hablan y quiénes
muestran sobre quiénes son habladxs y mostradxs en los medios que narran cómo
es la villa. Pero, otra vez, y con ese estilo líricamente coloquial,
desenfrenado y conmovedor, la construcción del hábitat constituye en sí misma un
acto de resistencia a la intemperie de la violencia neoliberal. Un acto multitudinario
y alegre. Esa noción de multitud, de alegría y de eventual (aunque no casual)
abundancia produce, excepcionalmente, un espacio cotidiano colectivo, orgánico
y organizado, que se autosustenta con un estanque con peces, que vincula
figuras feministamente referenciales para la organización, mujeres
irreverentemente populares: una Virgen Cabeza (¿cómo no recordar la imagen de
la virgen en la entrada de Palpalá al leer la descripción?), Evita y la hermana
Cleopatra.
Cuando nos enamoramos de esa experiencia excepcional de
multitud alegre, dice Gabriela:
“Me estoy yendo a
Cuba a buscarla. No sé si tengo el corazón roto o si tengo una granada en el
lugar donde antes tenía el corazón. También ignoro si me voy a enfrentar con un
divorcio o con el Apocalipsis. No entiendo qué le pasó; por ahí no son tan
fáciles de abandonar los orígenes y en la cultura de origen de Cleo mandarse a
mudar con toda la guita y dejarme a la cría en casa es algo que cualquier varón
puede hacer sin menoscabo de su honor y su buen nombre. Pero no creo,
estrictamente hablando Cleo no es un varón, quiera a su hija y realmente cree
en su Virgen. Así que debe ser cierto que transformó ese pobre pedazo de cemento
en un adefesio carísimo y estrafalario y que está en La Habana tratando de
organizar algún megarrecital para convertir a los isleños a la fe de la Virgen
Cabeza. Si no estuviera tan furiosa como estoy, el proceso de reescribir la
cumbia como un texto digno de la Revolución me resultaría apasionante. Pero en
nuestras cuentas bancarias quedan apenas trescientos mil dólares. Y teníamos
más de diez millones. Y mi amada se mandó a mudar sin avisarme. Se escapó con
toda la guita y me dejó a la nena como si yo fuera, no sé qué, ¡una mujercita!
Por supuesto que le mandé una respuesta:
Carlos
Guillermo Cleopatra, tenés razón, esto no se acaba acá. Te voy a ir a buscar,
vamos a vender todos esos metales y piedras preciosas que le pusiste a tu
catedral y le vas a seguir rezando al pedazo de cemento que rescataste de la
villa, que tan mal no te fue hasta ahora. Sin oro y sin diamantes te rendía
igual tu Virgen. Con lo que recuperemos te voy a pagar un tratamiento
psiquiátrico. Y si no accedés, te voy a hacer juicio por chorra. Y te voy a
pedir la extradición. Y te vas a volver en avión con las manos esposadas y no
lo va a poder impedir ni Fidel, ni vivo ni muerto, ni todos tus clubes de fans
juntos. Nos vemos en La Habana, mi amor.”
La complejidad de lo popular, lo subalterno (o
subalternizado) y su carácter conflictivo, entreteje esa alegría excepcional
con otros momentos de lo más variados, algunos muy oscuros, que desembocan en
un final muy cercano al neorrealismo italiano. Porque la violenta humorada del
final neoliberalmente feliz (una salvación que ya no es colectiva, y cuya
felicidad se conecta a Miami y a objetos suntuosos) es rápidamente trastocado
por el conflicto, escapando -otra vez- de la sobresimplificación en la
comprensión de la resistencia popular, que en este libro claramente no es
miserabilista, pero tampoco romántica.
Fotografía de Johny Miller
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