UN LIBRO-JARDIN
Presentación del libro «Se llama
Epífora» de Tony Zalazar
7 de setiembre
de 2018, Biblioteca Mariño, Corrientes
Buenas
noches,
Antes
que nada quiero agradecerle a Tony por recibirme en la ciudad de Corrientes.
Ciudad que en mi cartografía imaginaria describo como «La habitación con patas
de elefantes» en alusión, claro está, al Puente General Manuel Belgrano.
Además, mi agradecimiento a la Biblioteca Mariño por brindarnos sus
instalaciones para esta presentación y aprovecho la oportunidad para darles la
bienvenida a quienes nos acompañan esta noche.
Para
comenzar quisiera citar algunas palabras de Octavio Paz, quien en su
ensayo El arco y la lira, sostiene: «El tiempo no está fuera
de nosotros, ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del
reloj: nosotros somos el tiempo y no son los años sino nosotros los que
pasamos» (2010:57). Con estas palabras, el escritor mexicano pone en diálogo
dos dimensiones espaciales (dentro-fuera) revelando cómo el tiempo define nuestra
condición humana. Los seres humanos estamos atravesados y construidos por el
tiempo, es decir, nos habita a la vez que habitamos en él.
Si
hay una constante en el libro Se llama Epífora de Tony
Zalazar, es la presencia del tiempo y su fuerte vínculo con el cuerpo. Premiado
en el Concurso Literario Anual 2017 de la provincia de Corrientes, el poemario
articula un viaje al pasado que se inicia con «Viaje a las estrellas». Comparto
algunos versos:
Hubo
noches en que mamá desplegaba
como
hélice
su
repasador astroso
y
los mosquitos espantados
despejaban
el cielo a nuestros ojos.
Veíamos
juntos ese estar inútil de las estrellas
ese
estar tan bellamente para nada
para
el ocio para la poesía
para
que mamá me haga viajar
al
brillo distante de los ancestros.
En
el poema, madre e hijo fundan al poeta. El niño que mira «ese estar inútil de
las estrellas» almacena esas imágenes para que el poeta luego pueda evocarlas
en sus composiciones y reconstruir con ellas el tiempo vivido.
Debajo
de un cielo brillante, mientras aleja los mosquitos con el repasador, la madre
viaja con el niño por el cielo del deseo en busca de estrellas fugaces: «Había
que avistar la estrella fugaz/ y lanzar al instante/ las redes del deseo/ sólo
así el encanto era posible». La imagen resulta preciosa y constituye un gran
aprendizaje: por su madre, el niño sabe que el «encanto» no es eterno, que su
fuerza radica en la instantaneidad, como ocurre en la
poesía.
A
medida que transitamos, o más bien, a medida que los poemas nos transcurren,
descubrimos que las imágenes se abren al lector con la suavidad de las flores.
Pétalo tras pétalo, palabra tras palabra, este libro-jardín le brinda hospedaje
al cuerpo del tiempo. En el devenir de la lectura, la madre se transforma en el
hilo que enhebra todos los poemas. Sus palabras, sus gestos, su presencia
configuran un relato que sostiene la memoria:
Ver
borroso también aclara
un
poco las cosas,
ojos
adentro siempre laten
otras
galaxias
–
Mamita está goteando.
–
Vamos adentro, sí
que
se viene el diluvio.
Del
ojo izquierdo de mamá
brotó
el colirio lírico
del
corazón.
La
madre llueve y llora como el cielo. Frente al llanto, surgen algunas
interrogantes ¿Cuánto tiempo tarda una lágrima en deslizarse por la mejilla
hasta llegar a la comisura de la boca? ¿Cuánto tiempo demanda la configuración
o edificación de una lágrima? ¿Cuáles son los elementos que se requieren para
su armado? ¿Las lágrimas tienen planos internos? ¿Estructuras flexibles que se
amoldan a la intensidad del llanto? ¿Es posible llorar sin un motivo
específico?
En
el poema «Reencuentro», la voz lírica expresa: «Durante todo el almuerzo/ una
gota tras otra gota/ y muchas otras gotas/ brotaron de su ojo izquierdo». En
medicina, el término «epífora» remite al lagrimeo constante debido a una
obstrucción de los canales lagrimales; en el campo de la retórica se refiere a
una de las figuras literarias basadas en la repetición. No obstante, en ambos
casos, se trata de la reproducción constante de un mismo sonido: caen lágrimas
o caen palabras.
Escribimos
poesía motivados por una fuerza interna que nace y se impone. Escribimos cuando
nos falta el aire o como paliativo para la sed. Escribimos para saber y
conocer, pero escribimos principalmente porque la escritura nos permite
(re)encontrarnos con el Otro.
Raúl
Dorra señala que en la poesía está el deseo de decir para que ese decir sea un
acto de reunión con el Otro. El Otro al que se refiere Dorra está en el pasado
y decir el pasado es hacerlo presente y volverlo poesía. Desde esta
perspectiva, la voz poética se reúne con su madre y para que podamos oírla,
borda sus palabras con una tipografía diferente:
Al
borde del jardín
en
un raquítico cuaderno
trasplantaba
los nombres
que
dictaba mamá.
–
Crisantemos, alegría del hogar
acre,
taco de reina, croto, dólar
botón
de oro, trompeta amarilla
sombrilla
china, lirio… y
mucho más.
Recuerdo
que cuando yo era chico, uno de mis juegos favoritos consistía en armar
imágenes siguiendo el orden de los números. Pero no me gustaba completarlas de
un solo tirón, pues prefería detener el trazo del lápiz para definir la figura
usando la imaginación. Entonces pienso en estos versos de Tony:
Todo
puede tener sentido
si
desde un índice sensible
se
intenta unir
los
puntos luminosos de la noche
Y
me pregunto, ¿qué son estos poemas sino imágenes construidas a partir de la
unión de estrellas y de lágrimas? Tony Zalazar escribe poemas para recordarnos
que con palabras, estrellas y lágrimas es posible volar por este enorme cielo
que es la infancia. Muchas gracias.
© Estefanía Ceballos. Se llama Epífora (Corrientes, 2018) |
Felicitaciones profesor, ya lei su libro y esta muy bueno, éxitos.
ResponderEliminarEl libro es muy bueno! Que lindo que hayas leído a Tony! Gracias por la visita al blog :-)
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