¡Bienvenidxs a todxs! En tiempos de cuarentena, las ciudades fagocitan su propia violencia. Hoy nos vamos a Buenos Aires de la mano de Valentina Vidal.
Un paseo sanitario
Qué puedo decir, ese lugar era un quilombo,
pero me quería ir de los monoblocks porque la mayoría de las veces te chupan
para siempre. Resultó que la oficina en la que laburaba la manejaba el número
dos de la Side y si bien yo no era nadie, una compañera de oficina le contó
donde militaba. El tipo vino a mi escritorio y me tomó para la chacota un rato
largo, yo era una pibita, una perejila, pero las piernas me temblaban y unos
días después renuncié para conseguir trabajo en una clínica donde aprendí un
montón de laburos y fui mejorando de puesto gracias a quedarme doce horas por
día y soportar todo tipo de invasiones personales. Después de mucho tiempo, el
gerente reventó la empresa y nos dejó en la calle. Fue lo mejor que me pudo
pasar: empecé a escribir mientras subía mis CV a todas partes, ya con mucha
experiencia administrativa encima. No pasó demasiado hasta que volví a laburar
en lugares donde me trataron y me tratan bien. Ahora sigo alquilando, en un
barrio más coqueto, con dos ambientes y un balconcito hermoso, pero dependo de
mi sueldo mes a mes y doy talleres de escritura porque me gusta y porque
necesito sumar para pagar los servicios, las expensas, etc,en fin, lo de todos.
Con esto quiero decir que soy porteña, pero que serlo no siempre es sinónimo de
esa espantosa energía de mis violentos e indignados conciudadanos, que salen
sin barbijo, que no respetan la distancia y que cacerolean porque sí.
Ayer,
salí a caminar, en un horario tranquilo y con poca gente, por suerte con Pablo,
porque me tienen que convencer entre varias personas para que lo haga, digo por
suerte, porque un tipo que venía en bicicleta a mil, me la tiró encima y me
gritó ¡CORRETE! De una manera muy violenta. Quien conoce el parque Saavedra en
la parte de García del Río, sabe que la zona que hay para transitar alcanza
para dos y cuando personas y bicicletas se cruzan, hay un cordial intercambio
de espacios para que pasemos todos y podamos disfrutar del paseo. Pablo llegó a
putearlo un poco mientras al hombre no le daban las piernas para pedalear. Le
pregunté si ahora entendía las razones por las que no quiero salir, la gente
está más agresiva que de costumbre y no es la primera vez que pasa: el otro día
un vecino paró el ascensor y me dijo de todo porque estaba recibiendo al envío
del supermercado con la puerta abierta. Pablo me miró, me abrazó y me insistió
en seguir caminando un poco, aunque yo sabía que él estaba explotado de
calentura, y yo con mis taquicardias, dije que bueno, que sigamos, y cambiamos
de tema con la garganta interrumpiendo con ese vibrato peculiar que deja
expuestas las broncas, hasta que le dije que ya estaba bien, que quería estar
en casa y pegamos la vuelta. Deben haber sido unos 50 metros los que hicimos
cuando lo volvimos a cruzar al señor horrible y escuchamos que un policía
hablaba por su radio de que había denunciado un incidente menor y que ya había
pasado. Así que al violento no sólo le pareció que estuvo bien, sino que nos
quiso denunciar.
No pasó nada más ni con la poli ni con el idiota, y nos
volvimos a casa a seguir viendo Lost, pero hoy me desperté pensando en eso de
ser porteña, de lo mucho que quiero a esta ciudad, contra lo agresivos que son
algunos de mis conciudadanos que, en medio de una emergencia sanitaria, se
vuelven más violentos, más egoístas, y más mezquinos que de costumbre. Y me
pregunto, porqué será tan difícil lograr convivir con amor y empatía, o al
menos con respeto hacia el otro, en esta preciosa, turbulenta y castigada
ciudad.
Valentina Vida, Buenos Aires, 2020
©Juan Páez. La ciudá desde arriba (Bs.As. 2019) |
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