Un jardín hecho
con poemas
El libro Bordando anaqueles (El ojo de mármol, 2017) de Victoria Ceriani propone un retorno al
pasado, articulando paisajes y voces que vienen desde la memoria. En este
libro, la voz recorre diversos escenarios donde la naturaleza es una constante.
Se trata de una cartografía geográfica y vital que le permite al sujeto
desplazarse por los senderos del recuerdo.
La voz poética
evoca su paso por lugares tales como Río de Janeiro, Formosa y Misiones. Estos
desplazamientos revelan cómo, en realidad, todo un viaje constituye un camino
interior:
Garganta del diablo
¿Te acordás
cuando fuimos
a Misiones,
esa tierra
colorada e
inmensa,
Mamá y vos en
la
Garganta del
diablo,
Mamá y vos
refrescándose
la cara?
Torrentes de
agua,
que nos
transformaban
a todas
las mujeres de
la familia,
en guerreras,
para
siempre.
El yo recuerda
imágenes y personas: “esa tierra/ inmensa y colorada” donde “Mamá y vos” se
refrescan la cara. La presencia de un interlocutor específico le brinda al
poema la fuerza del pasado vuelto presente. Esa potencia se intensifica con la
verdad que el poema descubre: la fuerza del agua, el impulso de esos
“Torrentes” “transforman” “a todas/ las mujeres de la familia/ en guerreras/
para siempre”.
El agua, que
fluye y bautiza, es una constante en el libro. Su imagen riega los poemas de
este jardín poético. Plantas, paisajes y voces reconstruyen a la voz a través
de la escritura. Entonces, el sentido del poema, esa savia que lo atraviesa, se
parece al río:
Descubrir el tiempo del río
No quiero
perder esta
idea.
El norte
abriéndose
como un paraíso
ante mi andar
húmedo
y entumecido.
El cálido pasar
de la gente
riendo y
festejando
la cercanía del
río.
Olor a nube
aliento a
frutas
El río
puede ser
un lugar.
El tiempo fluye
como el agua y el sentido mientras que la escritura conserva el deseo: “No
quiero/ perder esta idea”, expresa el yo poético. Al igual que el poema
anterior, la geografía y el sujeto se convierten en un cuerpo, en el cuerpo
mismo del poema. El norte se abre al andar de la mirada que recupera imágenes
que apelan a los sentidos “Olor a nube/ aliento a frutas”. Por lo tanto, si el
sentido fluye, el poema -al igual que el río- “puede ser un
lugar”.
Entrevista a
Victoria Ceriani
¿Cómo surge
la propuesta del libro? ¿Cómo fue el proceso de escritura?
En el 2017 decidí, con el impulso de varios
amigues escritores, a darle forma a mi primer libro de poesía. Yo venía
escribiendo poesía de manera sistemática desde el 2007. Primero realicé un
taller literario en el barrio de Paternal, luego, en el 2012, comencé a asistir
al taller de Osvaldo Bossi. A partir de ese momento comencé a configurar y
construir una voz propia. Durante esos seis años (del 2012 al 2017) fui armando
-sin saberlo siquiera- un corpus de lo que serían mis primeros poemas. Editar
un libro es una hermosa experiencia y, especialmente, si ese libro es de
poesía, porque te permite habilitarte y mostrarte de otra manera frente a una
misma y frente al mundo.
El proceso fue arduo
y de mucha tolerancia a la frustración. En 2017 comencé a corregir este corpus
de poemas iniciales. Realicé una clínica de escritura con Valeria De Vito. Este
espacio me ayudó muchísimo a pulir y a trabajar aquellos poemas que en un
principio eran más largos. Y lo que es muy importante, a darle un orden y
coherencia interna al libro. Contribuyó a que pudiera ver mi primer poemario
como una unidad, con una lógica interna. Significó mucho trabajo de escritura,
lectura y corrección, lo cual es agotador, pero fue muy gratificante ver el
libro terminado.
Ni hablar la
emoción que sentí cuando lo vi impreso. Para mí, fue como un doble nacimiento,
o un “volver a nacer”. También sentí que parí por primera vez. Podría decir que
en el acto de editar mi primer libro “parí, y me parí a mí misma como
escritora/poeta”.
En el libro
encontramos la presencia constante del río, de hecho comienza con un epígrafe
de Juan L. Ortíz. ¿A qué se debe esa suerte de fascinación que el agua
despierta en tus escritos?
Hay dos aspectos: por un lado la poesía de
Juan L Ortiz fue siempre para mí una referencia muy importante. Desde chica
leía sus poemas y me fascinaban. Por otro lado, mi lugar de origen es la
provincia de Buenos Aires, con su paisaje de llanura, de pampa húmeda, sus
arroyos y ríos. Soy de una ciudad muy pequeña llamada Carmen de Areco. Allí
nací y viví toda mi infancia y adolescencia. Era una ciudad construida por los
españoles (previa matanza de pueblos originarios) en base a un fortín colonial,
el Fortín de Areco, que si bien contaba con un río y un balneario, el río no
era un lugar muy transitado por nosotros, los lugareños. La ciudad quedaba muy
lejos del río.
A los 18 años
me vine a Buenos Aires a estudiar a la universidad y me quedé viviendo aquí. Con
el tiempo, descubrí que también vivía en una ciudad que le daba la espalda al
río (nuestro tan querido Río de La Plata). Cuando empecé a viajar y a
conectarme con el río en otros lugares como Misiones, Formosa, Entre Ríos,
Córdoba, Santa Fé, el Norte y el Sur de Argentina, incluso el delta del Tigre o
Vicente López, empecé a valorar la importancia de estar cerca del río.
Contemplar, quedarse un rato mirando el agua que fluye, permanecer en la
quietud, observar. Cuando uno se queda contemplando por un largo rato el río,
algo sucede internamente, se encuentra la calma. Empezar a conectarme más con
el río tuvo que ver con esta necesidad interna de buscar tranquilidad en un
ritmo de ciudad capital muy acelerado. Buscar el ritmo de pueblo dentro de la
ciudad.
Al revés,
cuando era chica, si bien vivía en un pueblo muy tranquilo, al interior mío
había un volcán permanente, un fuego refulgente. Pasé por situaciones de mucha
violencia familiar que no me permitían estar en condiciones ideales de
tranquilidad interna. Entonces comencé a escribir, alrededor de los 10 años y a
buscar la calma dentro de mí. Era la única manera de salvarme de la violencia y
la oscuridad que sentía a diario. La escritura es una forma de fluir.
La escritura me
salvó la vida. Sobre todo me ayudó a atravesar momentos de mucha soledad y a
iluminar zonas oscuras de mi vida. De la misma manera la música y la
literatura. Asimismo, estas manifestaciones artísticas fueron un antídoto a la
monotonía de un pueblo en donde nada pasaba. Para una persona que está
creciendo y conformando su identidad, el tránsito por los mismos lugares, las
mismas personas, siempre el mismo cielo y ese pueblo quieto pueden ser muy
aburridos, sin embargo, es esa misma monotonía, ese “pareciera que nada pasa”,
esos días iguales y, sobre todo, el silencio, fueron los factores que me
impulsaron a la hora de escribir.
En Bordando
anaqueles (El ojo de mármol, 2017), encontramos mujeres guerreras que
nacen para siempre, ¿cómo se construye la imagen de la mujer en tu poesía?
Creo que mis poemas son una especie de
conjuro contra la violencia de género, que viene del patriarcado y tiene que
ver con la poca valoración hacia la mujer como sujeto de deseo, con un cuerpo y
una voz propia (al menos en mi experiencia). Las mujeres de mi casa éramos
acalladas, inhibidas en nuestra expresión e invisibilizadas. De la misma manera
éramos inhibidas en la sexualidad, “estábamos para armar pareja y estar al lado
de un hombre toda la vida”, “para ser madres y buenas mujeres”. La educación en
el pueblo donde crecí y en mi familia, era muy conservadora y tenía mucha
influencia de la Iglesia Católica. Leer y escribir en ese contexto significó
romper estas cadenas y mandatos familiares sobre lo que debía o no debía hacer
una mujer. Escribir, entonces, significó para mí encontrarme conmigo misma,
transformarme y empoderarme como mujer.
Por otro lado,
el contacto permanente con la naturaleza: el aire de llanura, el sol, el
viento, el horizonte, el río, son los elementos que rescato como positivos del
hecho de crecer en un pueblo, y son los ingredientes que aparecen
constantemente en mis poemas y que a la vez, permiten la transformación de esta
“niña” en “mujer poeta/escritora”. También mi propia auto transformación se
extiende a todas las generaciones de mujeres cercanas: madre, hermana, tía. Y
se da gracias al encuentro con otras mujeres que en mi vida contribuyeron a mi
empoderamiento y a la búsqueda de nuevos rumbos.
Sos
psicóloga, fuiste becaria de CONICET y actualmente dictás talleres de
escritura, ¿cómo se da el vínculo entre tu profesión y la escritura? ¿Qué suma,
qué resta?
La escritura siempre fue una constante en mi
vida. Y se dio en paralelo al transcurso de mi vida universitaria. Durante los
años que realicé mi carrera (primero tres años de Medicina, luego seis años de
Psicología), nunca dejé de escribir. Cuando decidí cambiarme de carrera, tomé
la decisión de que quería escribir, que era de las cosas que más me gustaban en
la vida. Estaba entre estudiar Letras o estudiar Psicología en la Universidad
de Buenos Aires, pero varias personas me dijeron que comenzar la carrera de
Letras no significaba escribir más ni era un pasaje para recibirme de
escritora, sino que estaba orientada más al análisis literario. Así que decidí
que seguiría la escritura por la vía de talleres literarios.
La vida
universitaria, de mucha lectura y escritura académica fue muy favorable para
encontrar, en paralelo, un ritmo de escritura literaria. Me daba cuenta que
cuando más tenía que estudiar y leer, había una fuerza interior que también me
llevaba a escribir de forma creativa. Como una suerte de revelación de la
palabra, de romper con las formas clásicas de escritura académica. La beca
doctoral de CONICET propicio un modo autónomo de trabajo que me permitió tener
espacio y tiempo libre para la escritura. Durante esos cinco años (del 2014 al
2018), viajé mucho y, a la vez, pasaba mucho tiempo en mi casa, leyendo y
escribiendo. Fueron los años donde escribí la mayor parte de los poemas de mi
primer libro.
En la
actualidad, encontré un espacio donde dicto talleres de escritura para personas
que transitan una Institución Médico-Psicoanalítica (LIAISON, Olivos). De
alguna manera confluyen en esta actividad dos de mis grandes pasiones: la
escritura literaria y el acompañamiento a personas desde un punto de vista
psicológico y comunitario. En este trabajo encuentro un vínculo muy positivo
entre mi profesión de Psicóloga y la escritura.
Casas,
patios, jardines y ciudades: muchos de estos espacios están en diálogo con los
recuerdos de infancia ¿Qué vínculos surgen entre infancia y poesía?
Hay elementos y personas de mi infancia
que fueron vitales para impulsar la escritura. Entre ellos, el jardín y el
patio de la casa de mi infancia donde observo y rescato elementos de la
naturaleza: plantas como jazmines, enredaderas, Santa Rita, los malvones rojos,
el pasto recién cortado, el álamo, las hojas que caían de los árboles.
Todo ello constituye, junto con el agua y el río, los fenómenos que transforman
a las mujeres en guerreras.
El vínculo con
mi abuelo Antonio. Un abuelo que fue madre y un gran maestro en la vida para
mí. Desde pequeña nos cuidaba a mí y a mi hermana. Nos ayudaba mucho en mi
casa, hacía los mandados, lustraba nuestros zapatos, arreglaba nuestras cosas
cuando se rompían, cocinaba. Era una persona con mucha calma
interior. Había nacido en el campo y trabajaba desde pequeño, por lo cual no
pudo terminar la escuela secundaria. En su casa también tuve el encuentro con
una de mis primeras bibliotecas donde leía libros enteros y también
experimentaba un profundo vínculo con la naturaleza, ya que había un gran
jardín en el fondo de su casa, con una quinta y un gallinero.
Irene era una
amiga de mi madre y fue otro vínculo fundamental para la escritura del libro.
Una especie de tía/ hada-madrina de quienes aprendimos muchísimo, sobre todo,
diferentes formas de vida y de relacionarse. Nos cuidaba y jugaba con nosotras
cuando venía a casa a visitar a mi mamá. También realizamos muchos viajes con
ella y mi familia. Irene me regalaba libros. De ahí la conexión de los viajes y
la literatura ya desde mi infancia.
Antonio e Irene
marcan entonces mi vínculo con los libros, los viajes y la naturaleza. Y son los
modelos que tomo para las relaciones sanas en mi vida. Ellos dejaron, sin
dudas, una marca y una referencia en sus miradas, sus voces, sus
características personales que observo siempre en mis actuales y nuevas
relaciones.
Victoria Ceriani (Buenos Aires, 1984) es Licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Buenos Aires donde actualmente se desempeña como docente. Fue becaria de CONICET y desarrolló tareas de investigación para la Universidad de la Cuenca del Plata. Desde el 2006 viene realizando talleres literarios. Participó de la antología El Rayo Verde (Viajero Insonme, 2014). Bordando anaqueles (El ojo del marmol, 2017) es su primer libro de poemas.
© Juan Páez. texere (Formosa, 2019)
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