Por
Susana A. C. Rodríguez.*
y así
remendando el sueño con palabras
advierto
la fragilidad del sol”
anoche, Juan Páez.
Con un título que sugiere la disolución de
la materia arbórea en la sensible fluencia líquida, Juan Páez (2016, Ed.
Cronopio) nos entrega su dolorosa experiencia en veinte poemas que ni de lejos
emulan los de la canción desesperada de Neruda, pues están en realidad más
próximos a la tonalidad reflexiva de Circe Maia, poeta que se cita en el único
epígrafe que tiene el poemario[1].
Su naturaleza compleja permite que nos acerquemos a este tercer libro de Juan
por caminos diferentes. Uno es el que podría caracterizarse como un recorrido
perceptivo de imágenes-registro de experiencias cotidianas: una plaza, trazos
de ciudad, el dormir y despertar en un cuarto propio, las ramas de un árbol,
paredes y patios, todos ellos en virtud de condensar “las pérdidas y las
partidas”, como dice la voz lírica hacia el final de desiertos:
qué pasó con el
sol
pintado en la
pared
de tu cuarto
con las flores del
patio trasero
con el sonido del
río
que entraba por la
ventana
ciudades musicales
retratos de
infancia
en un cuadernito
de vidrio
en esta nueva
casa
lloro
las pérdidas y las
partidas
El ritmo que imprime este ir y venir de la
pequeña circunstancia, donde aflora una experiencia personal, a su elaboración
poética marca la identidad de una voz que se empeña en reunir las esquirlas de
una historia de vida y provocar en el lector la empatía con las situaciones de
tránsito que evoca. El sujeto poético se desdobla en el recuerdo de ese
recorrido, por ejemplo, en mapas
dice:
tengo nueve años
y hace poco que vivo en Jujuy
(…)
y hace poco que vivo en Jujuy
(…)
Juan tome asiento,
ordena.
Raúl Dorra[2],
un maestro que el poeta reconoce en su labor académica, dice que la pasión
implica un desdoblamiento, el sujeto se proyecta en el mundo y se vuelve sobre
sí mismo, constituyéndose en el poema cuerpos que sienten y cuerpos que son
sentidos como propios o ajenos. Esto que dice Raúl es coherente con el
movimiento de vaivén que va de lo percibido a lo sentido en algunos de los
poemas de Juan. El mundo se interioriza, como sucede en instalaciones:
una ciudad
edificada
en cada habitación
de la casa
una mirada esconde
el reflejo de la
luz
impaciente apresa
quisiera dejarte
libre
soltarte las manos
se lo confiesa
es un niño el que
canta
en el fondo del
corazón
inocente pregunta
cuántas casas
construyen un hogar
Y también sucede en montajes, donde la ausencia de ese alguien a quien se ha amado se
corporiza:
aquel día desperté
en esa habitación
construida
sobre los hombros
de un árbol
los recuerdos
en forma de planos
hablaron por mí
en su cuerpo
las marcas
que también llevo
y abrigo
todas las mañanas
Otro camino de acercamiento a estos poemas
es el interpretado por Gabriel Alarcón, el artista que ilustró el libro, se
trata de la evocación de lo lúdico como modo de proyectar los miedos del
presente en escenas imaginarias, conjurando la muerte tan temida a través de imágenes
de bosques, lobos, palabras y juegos. En algunos poemas, como en variaciones, el yo poético se enmascara
en otro impersonal:
en el patio,
que es el corazón
de la casa,
jugaba con sus
amigos
a que ellos
eran los lobos
Figuras de rondas infantiles que
reaparecen en el poema que da título al libro, metáforas ambivalentes como la
de los lobos que son temidos y deseados al mismo tiempo; en árboles de agua leemos:
solos en el bosque
jugamos
mientras los lobos
no están
Pero el enunciador lírico también se
enmascara en el niño, como en construir
y demoler:
el niño baja del
árbol
trae consigo
lápices de colores
y caramelos
detrás del poema
el niño canta y
pinta
imagina un
vocabulario
para decir el
silencio
esa tarde,
buscando palabras
en su baúl de
juguetes
descubre
la nieve y el mar
Ambos caminos, el de la percepción
interiorizada y la invención del juego son trazos que dan cuenta de una
experiencia vivida y sentida; el mundo se redescubre a partir de la mirada y
Juan, que habita poéticamente el mundo, como decía el filósofo, aúna lo
perceptible y lo sensible en este sutil poemario que finaliza en la conjunción
de los dos recorridos que hicimos. Retornemos el vigésimo poema ya citado en el
que, a nuestro parecer, se cifra la potencia reflexiva de este escritor:
instalaciones
una ciudad
edificada
en cada habitación
de la casa
una mirada esconde
el reflejo de la
luz
impaciente apresa
quisiera dejarte
libre
soltarte las manos
se lo confiesa
es un niño el que
canta
en el fondo del
corazón
inocente pregunta
* Leída en la presentación en el marco de la Expolibros, Salta, 2016 y publicada en La Gaceta de Salta. Fecha de ingreso (06/11/2016). Disponible
en:
http://www.lagacetasalta.com.ar/nota/65515/espectaculos/poesia-experiencia-a-proposito-arboles-agua-juan-paez.html
[1] “Casa abierta” es el poema del
libro “Cambios, permanencia” de 1978. Dice así: Es una casa extraña/ mira: la
mano abre de pronto/ puertas dormidas.// Son finas escaleras y altas ventanas./
Las ventanas están/ abiertas y se oye/ voces cantar.// Cantan con voz de tierra
y aire de cielo./ Lentas voces descienden peldaños negro./ Blancas voces
descienden por temblorosas/ columnas estiradas.// Cantan con aire ausente y voz
de viento./ Suenan como dormidas y doloridas/ las hondas voces lentas./ Suenan
como cansadas y lastimadas/ de heridas viejas.// Cantando están/ en ventanas
abiertas/ de par en par.
[2] Raúl Dorra (1999) “Entre el sentir
y el percibir”, en AAVV, Semiótica, estesis, estética, SP-Puebla: Educ/UAP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario