Hoy desayuna con nosotros, Roxana Cor y su cuento:
Te
lo juro por Balá[1]
Le
prometí a Clarita que iba a guardar su secreto. Ella confiaba en que haría mi
mayor esfuerzo y no la podía defraudar. Yo estaba segura de que cuando la
señorita Mirta me llamara, tendría que pensar en otra cosa para resistir la
enorme tentación de hablar. No me importaba porque con tal de evitar el impulso
de abrir la boca estaba decidida todo: a pellizcarme el brazo, a apretar bien
los dientes o lo que se me ocurriera en el momento.
--
Silvita, mi cielo, acercáte. ¿Vos sos amiguita de Clara, no?
Nunca
soporté la voz chillona de la señorita Mirta. Si supiera qué fastidio me da cuando
nos habla como si fuéramos nenes de jardín de infantes. Y yo ya no tengo cuatro
años. Tengo el doble: dos por cuatro es ocho. Ocho. La tabla lo dice bien
clarito. Además, ¿qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que soy amiga de
Clarita. Soy su mejor amiga. Es más, soy su única amiga en toda la faz de la
tierra y sus alrededores. Conozco absolutamente todo de ella. Tendría tanto
para contar pero.
Silvita
sólo asintió con la cabeza y presionó un labio contra otro para asegurarse de
no emitir sonido.
--
Silvita, corazón, sabés que Clarita hoy no vino a la escuela. Sucede que desde
el viernes a la noche no la encuentran por ninguna parte. Su papá la está
buscando pero no tiene ninguna novedad hasta ahora. ¿A vos te comentó algo o notaste
alguna actitud fuera de lo común?
Silvita
la miró fijamente y en silencio desde su silla, con los brazos cruzados, tan
inmóvil y concentrada como cuando jugaba
a ser estatua.
-- A
ver, mi vida, ¿qué es lo que te pasa que no hablás? ¿Te comieron la lengua los
ratones?
Definitivamente
creo que la señorita Mirta se volvió loca o es tonta. ¿Cómo me va a preguntar
semejante barbaridad? Los ratones no comen lenguas. Todo el mundo sabe eso. A
lo sumo, viene alguno de vez en cuando y se lleva un diente pero, a cambio, te
deja un montón de plata debajo de la almohada. El mes pasado encontré un
billete marrón y lo guardé. Cuando se me caigan más dientes y ahorre lo
suficiente, me voy a comprar el disco de Carlitos Balá. Y, si me sobra un poco,
la careta también. Qué rara es la señorita Mirta. Nunca antes me había llamado corazón, mi cielo y mucho menos mi
vida. Jamás. Lo puedo jurar por Balá. Ni siquiera me deja tocar la campana
aunque se lo haya pedido más de diez veces. A Clarita, tampoco. En cambio, a
Cecilia, siempre. Cecilia toca la campana; Cecilia borra el pizarrón; Cecilia
va a la bandera. Nosotras, nunca. Sólo nos reta: "A ver, en el fondo, esas
dos charlatanas, presten atención que estoy explicando un tema nuevo".
Clarita no es charlatana. La que habla mucho soy yo. Mi mamá me dice que hablo
hasta por los codos. En realidad, Clarita prácticamente no dice nada. Apenas
contesta con un "sí" o "no" y, a veces, se ríe de cualquier
payasada que hago: Che, Clarita, ¿qué gusto tiene la sal? ¿Estás muda o no
sabés? Me tenés que responder "salada". La sal es salada. ¿Entendés el chiste? ¿Vos no ves el show de
Carlitos Balá?
A
mí me encanta hacerle bromas porque ella no se ríe mucho que digamos. Es más,
Clarita siempre está distraída. A veces se queda con la mirada perdida, como si
estuviera lejos, muy lejos y hasta se duerme en clase. Yo no sé en qué piensa
pero piensa demasiado.
"A
ver, Clarita, ya que estás tan conversadora: tres por cuatro es igual a?"
Todos se dieron vuelta para mirarla pero se quedó paralizada. "Doce",
contesté yo, en un acto de arrojo, como cuando el Sargento Cabral se tiró del
cabello y salvó al General San Martín. La maestra nos miró seriamente:
"Hay que estudiar más las tablas." Y entonces nos quedamos sin
recreo. Qué bronca.
--
A ver, querida, si todo el tiempo te la pasás hablando como un lorito, ¿por qué
justamente hoy no decís nada? Silvita, si no me contás lo que sabés, no va a
quedar más remedio que ponerte en penitencia, como la vez pasada. Me imagino
que no querrás eso de nuevo, no?
Para
ser sincera, como Clarita ya no estaba, me daba exactamente igual salir al
patio o quedarme en el salón. Y si la señorita Mirta decidía dejarme después de
hora, también porque todo cambió. Nada es como antes, cuando salíamos de la
escuela corriendo como dos locas: te juego una carrera hasta el kiosco de Don
Francisco. Preparadas, listas ¡ya! ¡Clarita, sos la campeona de todo el
universo y sus alrededores. Tenemos que festejar la victoria: ¿Querés venir a
tomar la leche a mi casa? Mi mamá preparó un dulce de higos que está para
chuparse los dedos.
No
terminé de decir la frase cuando bajó la mirada y me dijo, tajante: "No me
dejan ir a ninguna casa. Mi papá no quiere". No le contamos y listo,
Clarita. Tu papá llega a la noche y tu abuela, pobre, ni se da cuenta de nada.
¿No te animás? No importa. Todo tiene solución: mañana voy yo a tu casa.
Hagamos un gestito de idea como Carlitos Balá. ¿Por qué me mirás con esa cara,
como si yo fuera un extraterrestre? Ah, cierto, ya me acordé, vos no ves ese
programa. Un día de estos te enseño la canción. No sabés lo que te perdés,
Clarita. Se pasa volando el tiempo con Balá. Otras veces, no, es lento y
pesado, como en la clase de matemática. Qué aburrimiento. Por fin: campana de
salida.
Vayamos
saltando en un pie y sin pisar las uniones de las baldosas. No hagas trampa,
Clarita. ¿Acá vivís? Es linda tu casa. Me gustan las hortensias. Qué bueno que
llegamos justo para ver tu serie favorita, Clarita. A mí también me gusta Mi bella genio aunque no me rio tanto
como cuando miro a Carlitos Balá. Me encanta la ropa de la protagonista, con
ese traje de odalisca y esos zapatos hermosos con la punta para arriba. ¿Serán
cómodos? Y ese pelo tan rubio y tan largo. Yo quisiera tenerlo así. ¿A vos qué
es lo que más te gusta de Jenny, Clarita?
Pensó
unos segundos la respuesta, con la misma mirada perdida de siempre: Lo que más
me gusta de Jenny es que se vuelve chiquita y se esconde en su lámpara
mágica. Qué lindo debe ser desaparecer del
mundo. Ahí adentro nadie la molesta, nadie puede alcanzarla, ni tocarla ni
hacerle cosas. Es tan feo eso.
¿Cosas?
¿Qué cosas? ¿De qué estás hablando, Clarita?
Levantó
la cabeza y me miró como nunca antes lo había hecho, con los ojos entrecerrados
y fuego de la mirada: Cosas son cosas, nena. ¿A vos nunca te pasó? ¿Tu papá no
te hizo cosas?
El
otro día me hizo una repisa de madera pero le salió toda torcida, pobre, le
dije.
Vos
sos una boba, nena, me gritó y se enojó pero no entendí por qué.
Inmediatamente, se puso a llorar y a temblar y me desesperé. No te pongas así,
Clarita. Juguemos a que yo soy la Mujer Biónica
y vos sos Jenny. Vos no entendés nada, respondió entre sollozos. No quiero
jugar más. Además no tenemos lámpara mágica. Andáte.
Hasta
el día de hoy no sé de que cosas me hablaba Clarita pero no debían ser muy
buenas, eso seguro. Intenté preguntarle a mi mamá pero no me animé, por las
dudas.
Me
costó tanto dormir esa noche. No soportaba ver tan triste a Clarita y mucho
menos que estuviera enojada conmigo.
Por
suerte, me desperté contenta y hasta optimista porque se me había ocurrido una
idea maravillosa para que nunca más volviera a sentirse tan angustiada. Yo no
lo iba a permitir.
Fui
hacia el aparador del comedor y busqué algo que sirviera para concretar mi
propósito. En el fondo del mueble vi una tetera de plata brillante, que jamás
usábamos. Era redondeada, con la tapa repujada y un pico largo y elegante. Al
descubrirla, me sentí como Alí Babá en la cueva misteriosa. Di un salto de
alegría y me fui tan eufórica a la escuela que llegué más temprano que de
costumbre. Cuando Clarita llegó, abrí la mochila para enseñarle mi tesoro y le
murmuré al oído: “Ya encontré una lámpara mágica, Clarita.” Apenas le revelé el
secreto, se le iluminó la mirada. Todavía hoy me acuerdo de su gesto porque era
la primera vez que advertía esperanza en
sus ojos.
Ansiosas,
esperamos que el tiempo pasara rápido y llegara la hora de salida. No hubo
mayor felicidad que cuando dieron las cinco de la tarde de ese viernes. Salimos
rápidamente, sin carreras ni saltos en un pie ni distracciones de ninguna clase.
Al
llegar, tomamos la leche en un minuto y devoramos las galletitas casi sin
masticar. Vimos Mi bella de genio y
apenas terminó el capítulo busqué mi bolso y saqué la tetera. La apoyé sobre la
mesa y Clarita se sentó frente a ella. La observó durante largo rato y mientras
tanto yo no sabía qué hacer. Es hermosa, casi igual a la lámpara de Jenny,
comentó después de un largo silencio. Qué lindo sería volverse chiquita como
ella. Se quedó pensando, mirándola.
Después
se paró de pronto, como si un resorte la hubiera expulsado de la silla y me
pidió que le desabotonara el guardapolvo.
¿Por
qué ponés la tetera en el piso, Clarita? Si se raya, mi mamá me va a matar. ¿Por qué le sacas la
tapa? ¿Qué vas a hacer? Clarita se quitó los zapatos y las medias.
Clarita
levantó el pie derecho, lo arqueó lo más que pudo y comenzó a meter la punta de
los dedos dentro de la tetera. Trabajosamente y con esa perseverancia que nace
de la desesperación y del hartazgo, logró pasar el talón, el tobillo. Y luego el
otro pie y las rodillas y las piernas y el torso y los brazos y la cabeza,
hasta que desapareció por completo.
Volvé
a ponerle la tapa, gritó desde el interior de la tetera. Yo no atinaba a nada
hasta que volvió a pedírmelo con urgencia. La tapé, alcé nuestra lámpara mágica
y la puse sobre la mesa. Cerré un ojo y con el otro miré por el pico: ¿Estás
bien, Clarita? Me saludó levantando la mano derecha y haciendo el gestito de
idea de Balá que yo le había enseñado. Se recostó en el fondo y con una sonrisa
enorme me respondió: Sí, estoy perfecta pero habláme en voz baja porque hay
demasiado eco. Lo logramos, Silvita, ahora ya soy como Jenny y no pienso salir
más de la lámpara. Eso sí: No le podés contar a nadie que me escondí acá,
Silvita. Prometémelo. No, las promesas en estos casos no me alcanzan. Mejor,
jurámelo. Jurámelo por lo que más quieras en este mundo y sus alrededores.
Juráme que no le vas a decir a mi papá que estoy acá.
Te
lo juro, Clarita. Te lo juro por Balá, dije.
Lleváme
a tu casa, lleváme con vos, Silvita. Sin decir nada, me fui y al llegar,
devolví la tetera al lugar al que pertenecía, sin testigos y sin sospechas.
--
¿Me estás escuchando, Silvita? Todos estamos muy preocupados por Clarita pero
no estás colaborando. Sé perfectamente que ustedes salieron juntas el viernes,
como cada día. Así que vas a tener que contarme todo lo que pasó, salvo que
quieras que cite a tus padres. ¿Qué pasó el viernes, qué hicieron, Silvia?
-- Nada, señorita Mirta. Nada. No hicimos
nada. No pasó nada. No sé nada, respondió alzando la voz y con gesto
desafiante. Nada.
Y
eso fue todo lo que salió de boca de Silvita una y otra vez.
Se
los juro por Balá.
Foto: JPáez.Cabinet des Maladies de Celeste Martínez |
Agridulce por Juan Páez.
La herida de
Clarita va de la mano de la protección que Silvita le proporciona. Una sombra
que nubla la historia se instala en el orden de los recuerdos e impulsa la
partida. En Te lo juro por Balá descubrimos un doble refugio: el primero en esa
tetera devenida lámpara y luego en la escritura misma devenida silencio. La voz
que narra calla frente a los demás personajes para confesarse directamente
frente a los lectores. La voz que cuenta los sucesos alterna, por momentos,
entre la primera y la tercera persona.
Esta alternancia permite pensar que
frente a los hechos dolorosos es imposible sostener todas las palabras con que
buscamos el consuelo. Jurar es mucho más que prometer, lo saben.
Y una de ellas jura, entre nombres de materias, canciones y programas infantiles, no develar nada de lo que ahora, como lectores, también sabemos. Es por esa complicidad que la confesión se expande y traspasa el papel. Con ella se construye un escondite en medio de esta historia agridulce.
Y una de ellas jura, entre nombres de materias, canciones y programas infantiles, no develar nada de lo que ahora, como lectores, también sabemos. Es por esa complicidad que la confesión se expande y traspasa el papel. Con ella se construye un escondite en medio de esta historia agridulce.
[1] Roxana Cor es Profesora en Castellano,
Literatura y Latín, egresada del prestigioso Instituto Superior del Profesorado
“Dr. Joaquín V. González” de Argentina. Se
desempeña en el nivel medio y universitario en Buenos Aires y como
capacitadora docente en el país y en el
exterior. Actualmente cursa la
Maestría en Ciencias del Lenguaje del I.S.P. y Untref.
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