Ahora duermo en tu lugar
quién iba a decir
Diosque.
En el año 1992, Ángel Negro[1]
obtuvo el premio “Ciudad de Palpalá” en el certamen literario organizado por el
Departamento de Cultura de la Municipalidad de Palpalá, Provincia de Jujuy. El
jurado estuvo compuesto por los escritores Andrés Fidalgo, Pablo Baca y Nélida
Cañas. Como resultado de aquel concurso se publicó en 1993 su, hasta ahora,
única obra Epístolas y fragmentos con
el sello editorial Libros de Tierra Firme bajo la dirección de José Luis
Mangieri.
Diez años después de aquella
publicación, Ángel Negro integraría el libro Eros, una obra compilada por Elena Bossi que reunió distintas
producciones en torno al tema del erotismo. Este año, dicho autor formará parte
de la nómina de autores contemporáneos que serán reeditados por el sello
editorial Tres Tercios. El poemario de AN es el “rincón de
un cuarto desolado” donde los lectores también podremos llorar nuestros propios
“exilios”. Los poemas, que se arman con “recuerdos y olvidos”, surgen mientras
“la ciudad se muere”. Marcado por un fuerte tono intimista, este libro nos
muestra cómo todo extravío deviene posibilidad de reencuentro, por lo tanto bastaría
perderse para saberse uno mismo. La intemperie, que lo acecha todo, cubrirá el
propio retorno. Cómplice, la noche resguarda el cuerpo de aquel que peregrina. Las
“epístolas” guardan un secreto, por eso sus palabras son “pesadas cadenas” que impiden
a la voz moverse con soltura, de allí tal vez la presencia de las barras en
varios de los poemas. A continuación transcribimos un fragmento de su poema “El
día (III)[2]”:
esa larga caravana / de gente sin
rostro
entre montañas / ríos / desiertos /
peregrinos que guardan en cajitas
las cenizas de sus muertos / entre
sus ropas
entre su carne maltrecha / entre el
humo de otras
caravanas / entre mis ropas / mi
cajita crepita
Las barras separan, pero comunican; conectan
las palabras pero también distancian unas de otras. Detienen la lectura y manipulan
la respiración del lector. Las palabras nacen como goteras sobre un mapa
imperfecto. El poema nos habla de los “muertos”, de esos cuerpos sin alma,
cuerpos “desiertos”, vacíos de vida. Los humanos nos cuidamos porque sabemos de
nuestra fragilidad, peregrinamos la vida como si fueran “montañas” o “ríos”. En
“cajitas” están sus “cenizas”, pero la muerte también se encuentra “entre” sus
y mis “ropas”.
Los poemas de Negro se caracterizan por un
espectacular juego con los pronombres. Estos desplazan la significación por
aguas del desdoblamiento y la escisión. En ese “claroscuro”, surgen las
confesiones de aquel “que se soñó frente al mar”. Entonces la escritura no es
un acto inocente, sino que deviene “pasaje oscuro y luminoso”. Los pronombres
nos extravían, el hilo de Ariadna se rompe, y emprendemos un regreso cauteloso,
buscando el sentido de un poema para liberarnos también de ese laberinto que es
uno mismo:
Recuerdos[3]
Amar en el silencio
de las piedras
/ al amparo de vos
Sumar tus pasos
en mis sueños
partir ahora / decir/
de tus sonidos
en el mar de
que no ve ese
cuerpo loco adentro mío.
El “cuerpo” es el lugar de nuestros
exilios internos. Allí conversamos distendidos y revelamos “Amar en el
silencio”. El cuerpo, un hogar donde recibimos al otro al que volvemos nuestro
invitado, le brindamos hospedaje para nosotros devenir huésped suyo, y
habitarlo. En el poema, la voz retiene el “sonido” de “sus pasos” en “silencio”,
busca que recuerdos no se diluyan: los pasos, tus sonidos, el mar, el silencio,
mis sueños, todo ello “adentro mío”, adentro suyo.
El libro de AN, tal como lo señala
Andrés Fidalgo en la contratapa, es “una mirada vuelta hacia la propia
interioridad”. Una poética intimista que le permite al lector la experiencia
del propio desahogo.
Publicado en "El oficio de la alquimia" Revista Digital Meta Arte N° 4 - Home.
Octubre - 2012.
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[1] AN nació el 27 de marzo de 1951 en
Inriville, Provincia de Córdoba. Reside en Palpalá, Jujuy, desde 1990.
[2] Negro, Ángel. Epístolas y fragmento. 1993. Buenos Aires: Libros de tierra firme.
Pág. 27.
[3] Op. Cit. Pág. 21.
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