Reseña al
libro “Cuando vengas, te cuento” de Juan Páez.
Alvaro F. Zambrano
(FHyCS - Universidad Nacional de Jujuy)
Hay la alegría, la pena,
la incertidumbre. Hay el abrigo y el desamparo. Hay también la claridad y la
penumbra a la que el ojo (y el alma) se acomoda, lento. Hay el mundo y sus
muertes. Hay la muerte y sus ilusiones.
Cuando
la vida nos orilla hacia alguno de esos lugares el cuerpo se agita, se
conmociona. Acaso porque no sabe muy bien cómo expresar, cómo lidiar con eso
que sobreviene y lo atraviesa. Y entonces se hace pequeño, se repliega sobre
sí, se busca. O quizá lo contrario, se extiende y en esa vastedad hay algo que
no alcanza, que se ahoga, que se pierde.
El
libro de Juan Páez, Cuando vengas, te
cuento (editorial Los Pájaros. 2015),
traza un recorrido en el que esta búsqueda y este desamparo se alinean, se
entrecruzan, se confunden.
Allí,
todo está dispuesto: el recuerdo y sus modos, el paisaje y sus postales, la voz
y sus esfuerzos… el amor y sus certezas. Y sin embargo el amor.
Recorremos
una a una sus poesías, sus relatos, las escenas y, desde luego, advertimos en
todos ellos un vacío, una ausencia. Un núcleo que late incesante y desplazado;
una palabra y otra y otra que no alcanza, que no llega: una promesa del después
hasta la intemperie.
¿Cómo
decir la ausencia?, ¿cómo acomodar el alma y los sentidos a eso que, adivinándose
en todos nuestros rincones, no se deja ver?, ¿cómo decir la espera? “durante el día espero/una voz que por las
noches/ es un cuerpo que no regresa (…)” declara el poeta; como señalando a
su propio cuerpo en alerta; anhelo doloroso y sereno de lo por venir, de aquél
que no llega.
La
ausencia se impone abarcándolo todo: una boca abierta y muda donde el mundo se
precipita; y al mismo tiempo, sutil y mezquina, exige una intimidad
profundamente humana: “no es el cuerpo/ la
cárcel/ sino una voz/que tiene mil sombras (…)” o más adelante, “aquí no entienden que vos eras mi niño/el
amor de mi vida// muchos miran pero nadie se acerca/ a este otro niño deshecho
en lágrimas (…)”
Alas
del amor que se pagan con el desvelo de la orfandad.
De
esta manera, la voz del poeta nos propone hilvanar el hilo de la memoria.
Recorta pedacitos de geografías, momentos, diálogos, amigos, llamados a
comparecer; instantáneas que atraviesan el ojo de la aguja con que habrá de
bordar las heridas, ésas por donde el cuerpo y el alma se desbordan.
Hilo de la memoria entramado con el hilo de la voz, el poeta
compone la palabra. Le insufla aliento y nos la comparte. Pan de la ausencia en
que todos comulgamos.
Pero palabra trunca,
palabra pobre pues no alcanza a decirlo todo. Un empeño arrojado a la distancia
donde las fuerzas y el lenguaje no llegan. Poesía y arte obrando el prodigio de
lo que no puede ser dicho. “aunque
sangra, mi cuerpo resiste/ los golpes y los mordiscos.” Y también “(…)
una niña/baila/una melodía que ella sola/tararea//como si fuera la bailarina/ de
una caja de música/ toma la libélula/ y la aplasta contra su corazón”
El
dolor y la tristeza asoman, despuntan en cada texto y también la alegría de lo
cierto; quiero decir, de lo que no puede ser arrebatado. Éste no es un libro
del olvido, antes bien, nos habla de una reconciliación, de un entendimiento
genuino y sensible. De la vida y su acontecer.
La
poesía de Juan Páez nos propone una lectura del susurro, escuchar en silencio
aquello que ya no está y que, sin embargo, aparece en la mirada de lo que no se
ve. Pequeño cuerpo, pequeño libro del buen adiós.
Tal vez estas palabras tampoco lleguen a decir todo cuanto he
leído en sus poemas pues, una vez que sus palabras nos tocan, se ilumina todo
eso que decimos cuando callamos sin hacer silencio.*
Tapa de cuando vengas, te cuento (Ed. Los pájaros, 2015) |
* Agradezco al
profesor e investigador Alvaro Zambrano de la Universidad Nacional de Jujuy por la reseña escrita sobre "cuando vengas, te cuento". Una parte se publicó en la Sección Cultural del diario La Mañana (Formosa) el día
domingo 11 de setiembre de 2016.
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