domingo, 6 de noviembre de 2016

Poesía y experiencia: A propósito de “árboles de agua”, de Juan Páez.



Por Susana A. C. Rodríguez.*


y así

remendando el sueño con palabras
advierto
la fragilidad del sol”

anoche, Juan Páez.



Con un título que sugiere la disolución de la materia arbórea en la sensible fluencia líquida, Juan Páez (2016, Ed. Cronopio) nos entrega su dolorosa experiencia en veinte poemas que ni de lejos emulan los de la canción desesperada de Neruda, pues están en realidad más próximos a la tonalidad reflexiva de Circe Maia, poeta que se cita en el único epígrafe que tiene el poemario[1]. Su naturaleza compleja permite que nos acerquemos a este tercer libro de Juan por caminos diferentes. Uno es el que podría caracterizarse como un recorrido perceptivo de imágenes-registro de experiencias cotidianas: una plaza, trazos de ciudad, el dormir y despertar en un cuarto propio, las ramas de un árbol, paredes y patios, todos ellos en virtud de condensar “las pérdidas y las partidas”, como dice la voz lírica hacia el final de desiertos:

qué pasó con el sol
pintado en la pared
de tu cuarto
con las flores del patio trasero
con el sonido del río
que entraba por la ventana

ciudades musicales
retratos de infancia
en un cuadernito de vidrio

en esta nueva casa 
lloro
las pérdidas y las partidas

El ritmo que imprime este ir y venir de la pequeña circunstancia, donde aflora una experiencia personal, a su elaboración poética marca la identidad de una voz que se empeña en reunir las esquirlas de una historia de vida y provocar en el lector la empatía con las situaciones de tránsito que evoca. El sujeto poético se desdobla en el recuerdo de ese recorrido, por ejemplo, en mapas dice:

tengo nueve años
           y hace poco que vivo en Jujuy
           (…)

Juan tome asiento, ordena.

Raúl Dorra[2], un maestro que el poeta reconoce en su labor académica, dice que la pasión implica un desdoblamiento, el sujeto se proyecta en el mundo y se vuelve sobre sí mismo, constituyéndose en el poema cuerpos que sienten y cuerpos que son sentidos como propios o ajenos. Esto que dice Raúl es coherente con el movimiento de vaivén que va de lo percibido a lo sentido en algunos de los poemas de Juan. El mundo se interioriza, como sucede en instalaciones:

una ciudad edificada
en cada habitación de la casa
una mirada esconde
el reflejo de la luz

impaciente apresa

quisiera dejarte libre
soltarte las manos

se lo confiesa
es un niño el que canta
en el fondo del corazón

inocente pregunta
cuántas casas construyen un hogar

Y también sucede en montajes, donde la ausencia de ese alguien a quien se ha amado se corporiza:

aquel día desperté
en esa habitación
construida
sobre los hombros de un árbol
los recuerdos
en forma de planos
hablaron por mí
en su cuerpo
las marcas
que también llevo
y abrigo
todas las mañanas

Otro camino de acercamiento a estos poemas es el interpretado por Gabriel Alarcón, el artista que ilustró el libro, se trata de la evocación de lo lúdico como modo de proyectar los miedos del presente en escenas imaginarias, conjurando la muerte tan temida a través de imágenes de bosques, lobos, palabras y juegos. En algunos poemas, como en variaciones, el yo poético se enmascara en otro impersonal:

en el patio,
que es el corazón de la casa,
jugaba con sus amigos
a que ellos
eran los lobos

Figuras de rondas infantiles que reaparecen en el poema que da título al libro, metáforas ambivalentes como la de los lobos que son temidos y deseados al mismo tiempo; en árboles de agua leemos:

solos en el bosque
jugamos
mientras los lobos no están

Pero el enunciador lírico también se enmascara en el niño, como en construir y demoler:

el niño baja del árbol
trae consigo
lápices de colores y caramelos

detrás del poema
el niño canta y pinta

imagina un vocabulario
para decir el silencio

esa tarde, buscando palabras
en su baúl de juguetes
descubre
la nieve y el mar

Ambos caminos, el de la percepción interiorizada y la invención del juego son trazos que dan cuenta de una experiencia vivida y sentida; el mundo se redescubre a partir de la mirada y Juan, que habita poéticamente el mundo, como decía el filósofo, aúna lo perceptible y lo sensible en este sutil poemario que finaliza en la conjunción de los dos recorridos que hicimos. Retornemos el vigésimo poema ya citado en el que, a nuestro parecer, se cifra la potencia reflexiva de este escritor:

instalaciones

una ciudad edificada
en cada habitación de la casa
una mirada esconde
el reflejo de la luz

impaciente apresa

quisiera dejarte libre
soltarte las manos

se lo confiesa
es un niño el que canta
en el fondo del corazón

inocente pregunta
cuántas casas construyen un hogar


Tapa de "árboles de agua" (Ed. Cronopio, 2016)



* Leída en la presentación en el marco de la Expolibros, Salta, 2016 y publicada en La Gaceta de Salta. Fecha de ingreso (06/11/2016). Disponible en: http://www.lagacetasalta.com.ar/nota/65515/espectaculos/poesia-experiencia-a-proposito-arboles-agua-juan-paez.html
[1] “Casa abierta” es el poema del libro “Cambios, permanencia” de 1978. Dice así: Es una casa extraña/ mira: la mano abre de pronto/ puertas dormidas.// Son finas escaleras y altas ventanas./ Las ventanas están/ abiertas y se oye/ voces cantar.// Cantan con voz de tierra y aire de cielo./ Lentas voces descienden peldaños negro./ Blancas voces descienden por temblorosas/ columnas estiradas.// Cantan con aire ausente y voz de viento./ Suenan como dormidas y doloridas/ las hondas voces lentas./ Suenan como cansadas y lastimadas/ de heridas viejas.// Cantando están/ en ventanas abiertas/ de par en par.


[2] Raúl Dorra (1999) “Entre el sentir y el percibir”, en AAVV, Semiótica, estesis, estética, SP-Puebla: Educ/UAP.